miércoles, enero 07, 2004

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EL ENCANTO DE LAS CITAS A CIEGAS

Cito muy a wevo. La verdad, la cita me da weva. La cita en los textos se han vuelto una obligación. La República de las Letras la ha convertido en una disciplina. Una referencia que consolida una idea, una muletilla que refuerza un razonamiento. Guac! Nomás me acuerdo de los discursos políticos de Carlos Fuentes y empiezo a repudiar el ejercicio de citar, el cabrón utiliza citas igual que Armando Manzanero utiliza la palabra amor en sus rolas.

Me dan risa los estudiantes de Ciencias Políticas (primera pendejada, ciencia política nomás hay una) que oyen citar a Bobbio, o acá en disneylandia a Chuy Reyes Heroles, y ya creen que el argumento aleatorio es la neta. Pamplinas, diría Robin.

La cita es una silla de ruedas necesaria para el discurso moderno. Convalece y envejece (el discurso, no la silla de ruedas). El discurso ha perdido autoridad. Los políticos lo han bocabajeado, también Octavio Paz cuando decidió que los escritores debían compartir el escenario con las telenovelas, accedió a que lo maquillaran antes de presentarlo ante las cámaras. Los oyentes se han dado cuenta. Pero han callado. Algunos han hablado. (Entonces aparecen tipos como Rafa Lemus en defensa de Paz).

-Humphrey Bloggart solicita permiso para hacer un paréntesis y hablar sobre Octavio Paz-.

-Permiso concedido- (responde una voz que no alcanzamos a identificar pero que se nota que le sigue la corriente).

-Bien, (habla Húmphrey, quien por vez primera se presenta con acento en la ú, una señal de ruptura con las reglas ortográficas del inglés, intención gregaria que había venido postergando desde hace 362 días y aún antes) los poetas fueron concebidos por la Providencia como faros de luz y de esperanza (frase gastada y tomada de un pensamiento de Madison, prócer gringo. Ojo, no es cita), individuos capaces de ser guía, veleta, termómetro, oráculo, Prometeo sin ataduras, adalid premonitorio, seña cartográfica, tarot improvisado, chuchuluco masivo, y, en fin, iluminado sin empleo (en este punto, Húmphrey se pregunta si la conjunción ilativa "y" no debiera cambiarse por la suplente "e", en virtud de que después de ella viene la palabra "iluminado", lo que daría espacio a una infonía. Los sabios de las letras se unen a la voz no identificada para aclarar que: ¡No!. -Entran ahora en una discución sobre los alcances de la frase "en fin" que, en este caso, funge como asesino de la regla ortográfica. Dicho esto, todo mundo baja la cabeza en señal de duelo y Húmphrey cesa de preguntarse cosas, aunque retoma el hilo conductor de su argumentación).

Sin embargo, los poetas modernos dieron en cagarla, sigue Húmphrey, confundieron los términos. Se arranaron frente a la pírámide convulsa de la fama. El ojo del Big Brother televisivo los atarantó, perdieron su brújula y se subieron al carrusel de la modernidad. Se acomodaron plácidamente en los mullidos sillones del sistema (excepto algunos casos raros y extraviados como Pepe Revueltas, eso lo digo yo, no Húmphrey) y descubrieron un secreto de la naturaleza: que las revistas literarias sí pueden sostenerse por sus propias virtudes, claro, "con una pequeña ayuda de mis amigos" -cita tomada de una rola de The Beatles-. Claro, esa ayudita provenía de secretarías, paraestatales, gobiernos estatales e individuos sin tacha como Carlos Slim.

Luego sobrevino la debacle. Juan Pablo II llegó a obispo de Roma. Octavio Paz, estrella del canal 2, ganó el Nóbel de Literatura y Vaclav Havel fue presidente. Otros, menores, como Homero (Simpson) Aridjis, encabezaron las "piores" causas de la contracultura, el ecologismo. Los poetas en el poder. ¡Santo Dios!, quien lo hubiera imaginado. El mundo se precipitó hacia estadíos terribles que no hubieran concebido Atila y Gengis Khan (comparación que la voz no identificada permite en casos de exagerada emergencia como éste).

De modo, pues, que las citas me aburren. Es más. Cuando pienso en ellas mi mente se transtorna y comienzo a divagar, de forma que ya no me detengo. Claro, excepto cuando tropiezo con frases como: De modo, pues, que las citas me aburren. FIN

Vuelve a escucharse la voz de los sabios y de la voz no identificable. Se oyen contrariados. "Oye, ¿todo este cuento sobre las citas era un pretexto para hablar en contra de Octavio Paz y los poetas?".

Húmphrey se ha ido. Sólo se escucha el ruido del abanico de la torre de su PC. El silencio no existe.

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