jueves, diciembre 21, 2006

NOCHES DE PENITENCIA
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___Fue una charla de cantina, y entre otras cosas pude observar el esfuerzo de Miguelillo por no perder detalle de lo que decía el maestro. Mario Canetti parecía estar sus cinco sentidos pero comenzaba a asumir esa pose de conferencista que a mí me chocaba; prefería verlo despreocupado, pero eso quería decir verlo ebrio. Tomé nota porque Mireya me lo había pedido como un favor personal. "Hay quienes creen que escribir, es decir, escribir textos con aspiración (o expiración) literaria supone una catarsis personal o un desahogo", se escucharon risas porque Canetti dijo "aspiración" tomando aire y "expiración", exhalando; Miguelillo servía otra tanda de cerveza y un vaso de wiskey en las rocas al maestro; "otros llaman inspiración a la emoción que los conduce a escribir lo que dicta su imaginería; y no faltan quienes afirman que escribir es cosa de oficio, de conocer a fondo el sistema circulatorio del lenguaje". Así hablaba Mario Canetti cuando quería parecer serio. Agregó: "Pero no creo en nada de eso. Fuera de los que escriben porque su editorial necesita material nuevo o porque los disuade algún agente exterior, creo que el que escribe textos intenta escapar de lo cotidiano, y es al mismo tiempo una premonición de su destino inevitable: irse, mor-irse". Mario hizo énfasis al separar "mor-irse" e hizo un ademán de adiós. Tómó el wiskey, lo olfateó cerrando los ojos y miró a Miguelillo que lo observaba atento. Sin probarlo regresó el vaso a la mesa y extrajo unos Delicados sin filtro de la bolsa interior de su saco. Antes de llevarse un cigarrillo la boca, Miguelillo ya esperaba parapetado detrás de Canetti con el encendedor flameando.
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___Esa noche nadie habló en nuestra mesa sino el maestro. "Te dirán que debes sustentar cada aseveración que plasmes a través de las letras, pero la verdad es que puedes escribir lo que se te pegue la gana, lo que dicte tu imaginación torcida, tu estado de ánimo o el diablillo de tu razón", sentenciaba como si estuviera leyendo y no deseara ser interrumpido. Yo daba un sorbo a mi cerveza y continuaba transcribiendo en la medida de lo posible su discurso, pensaba que de alguna manera sabría Mireya compensar mis esfuerzos. "Finalmente, lo que dicte tu inteligencia, tu ignorancia o la combinación de ambas es sagrado, arengaba Canetti, dirá mucho de tí y del mundo". Todos escuchábamos como si fuese una obligación y Miguelillo preparaba una nueva ronda para todos. Noche de penitencia, escribió Emilio en una servilleta que circulaba a trasmano y donde alguien agregó: En el nombre del Padre...
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___Nos reíamos de la circunstancia, de nosotros quizá pero no del maestro que mantenía su alegato: "Sé radical en esto. No te fíes de los críticos, los críticos son seres como tú, quizá con más traumas que los diputados, quizá desean las mismas cosas que los deportistas o los contadores que juegan dominó los jueves, pero no les hagas caso. Si se te planta escribir, guíate por los consejos de algún sabio, no sé, Woody Allen o algún epigrafista de tu pueblo natal", dijo más o menos el maestro (creo que parafraseo).
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___"Yo, por ejemplo, cuando escribo siempre pienso mi texto como si estuviera en un partido de backgamon o de canasta, juegos de los que no conozco las reglas. Luego que considero que dicho texto va llegando a un punto climático empiezo a concebirlo como si fuese una partida de ajedrez o una receta de cocina mexicana, algo de lo que la vida me ha enseñado a fuerza de repetir y repetir". Sigo parafraseando, pero ya se me ha pasado su disertación sobre los escritores-hormiga y los escritores-camaleón. Mireya ha de entender.
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___Pasaron las horas. A la altura de la séptima ronda de cerveza, me percaté de que había dejado de escribir. Igual que los otros, sólo bebía y escuchaba al maestro que llevaba ya una media docena de cigarrillos, encendidos con toda oportunidad por Miguelillo.
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___Como si fuese un acto ensayado con antelación, alrededor de las doce Canetti sacó su reloj de bolsillo y dijo, "amigos, lamento tener que dejarlos pero mañana debo ir a cumplir", puso un billete de 50 pesos sobre la mesa, miró a Miguelillo y se levantó. El hielo se había derretido desde hacía mucho en el vaso de wiskey que permanecía intacto. Luego se fue recargándose en su bastón negro. Nos miramos sin comentar nada. Pagamos la cuenta y nos despedimos. Recogí la libreta de apuntes y pensé en Mireya, ¿cómo convencerla de que Mario no había probado ni una gota de licor? Luego me marché.
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