miércoles, mayo 21, 2003


CECILIA BARTOLI

La fama bien habida no es un atributo gratuito. A veces llega luego de décadas de constancia y terquedad. En otras ocasiones aparece demasiado pronto en la vida de algunos personajes y se finca siempre en determinadas características inusuales. Los cantantes carismáticos, cualquiera que sea su género, dejan detrás de sí caudas saturadas de seguidores. Entre ellos, los grandes cantantes de ópera suelen hacer época y son recordados para siempre: Caruso, Callas, Corelli, Gigli, Pavarotti, Tebaldi, son algunos de estos monstruos.

Cecilia Bartoli andará en sus treinta años y tiene en su historial el haber debutado con éxito flagrante en teatros mayúsculos como La Scala y el Metropolitan; su repertorio comprende todo el espectro operístico, la canción preclásica, la litúrgica y otros géneros de la llamada música culta. Estos antecedentes no soslayan el hecho de que se dió a conocer a través de la televisión italiana cantando música profana.

Igual que se bebe la leche materna, Bartoli aprendió de Silvana Bazzoni, su madre, los rudimentos de la tradición italiana belcantista. Su tipo de voz, mezzosoprano coloratura, le ha ganado notoriedad internacional por su potencia y amplio registro. Bartoli es admirada por los propios cantantes de ópera y su meteórica carrera puede superar los logros que alcanzaran en el siglo XX otras voces privilegiadas como Marilyn Horne.

Las actuales reglas del mercado artístico global, desafortunadamente, imponen sus propios usos y costumbres. La música es un negocio soberbio en el que las cdisqueras tienden a distorsionar los alcances de sus protegidos. Acompañando al éxito de determinado cantante, grupo, etc., suele aparecer un alud de destellos mercadotécnicos que iluminan caminos complejos e inversímiles. Sin embargo, estas anomalías aleatorias generalmente no tienen que ver ni con la intención ni con el carácter del protagonista. El caso de la Bartoli no es la excepción. Se trata de vender millones de discos, de llenar teatros y estadios, se trata de dólares. El artista se convierte en la mercancía obligada del negocio, pero no es el inspirador ni el comercializador.

Sin embargo, hay que aprender a distinguir entre el talento y la propaganda. Cecilia Bartoli nació signada por la fortuna, su voz vital le predestina a dejar su autógrafo en las páginas del nuevo siglo. Ah, se me olvidaba decir que está chulísima. (Post dedicado a mi amigo Edgar).

No hay comentarios.: