martes, enero 29, 2013


ÄLAMOS, PUEBLO MÁGICO
(Confesión de un testigo) 
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___ Anoche se fue al billar con sus compañeros de trabajo, a algunos nunca los había tratado. Cargó con unas Coors light, con toda la connotación moral que la palabra light pueda tener, según contó. Pero a la hora buena, sus compañeros (eran no más de ocho) comenzaron a destapar caguamas Tecate rojas y, con mucha delicadeza, él les dijo que sólo probaría esa cerveza producida en las faldas de la bajacaliforniana Sierra de Juárez. Desde luego, aquello no era un juramento. Los juegos fueron fluyendo con una parsimonia que me hacía recordar otros escenarios donde las altas horas de la noche no lo son tanto. En un momento se percató de que iba ganándoles a aquellos muchachos. A ritmo de banda, contó, una rockola no dejaba de sonar con ánimo pendenciero y los parroquianos conversaban ávidamente con unas señoras que están por encima de la media nacional de obesidad. ellos, ajenos al mundo y sus deberes, chocaban las bolas, el taco y la tiza. Lo más memorable para el testigo fue que ganó la serie que, desde luego, no era propiamente de  un grupo profesional. Exageraría, señala, si dijera que salieron del billar en estado inconveniente pues él alcanzaba a ver con nitidez que en la plaza ya no había nadie. Los efectos de la ingesta líquida de alguna manera había motivado sus metabolismos. Eran las 12:30 de la noche y el único establecimiento que encontraron abierto fue un puesto de tacos al pastor. "Como no sean de pastor alemán", dijo cuando alguien sugirió hacer una escala ahí, y así, al aire libre en un costado de la Alameda, un aire por cierto bien frío ya a esa hora, completaron las tres comidas del día. 
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___Sin ser un platillo gourmet, la orden de pastores logró apaciguar los sopores y anomalías que registraba el sistema digestivo y hepático, según relato. Sin mayores contratiempos manejó entre las calles angostas, las aceras altas y las preciosas ventanas enrejadas del pueblo mágico de Álamos hasta llegar al modesto Hotel Camarena donde pudo dormir, finalmente ocho horas corridas. Concluyó así una jornada más de trabajo fecundo y creador.