DE LAS RECURRENCIAS IMPRECISAS
.___De continuar escribiendo con la desafortunada frecuencia que me asiste, terminaré convirtiéndome en un enfisema o en una gripe asiática: en una enfermedad malograda. Porque, amigo lector, nada más decepcionante que la historia de las enfermedades humanas, las eternas perdedoras; las rudas de la película que terminan perdiendo en un ring de lucha libre donde parecieran estar condenadas al fracaso por antonomasia.
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___Dirás a tu favor, amante de las inútiles polémicas, que estas aseveraciones son sesgadas, que las enfermedades más conspicuas han cobrado millones de víctimas y que nadie, absolutamente nadie puede proscribirlas, incluso ni las vacunas.
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___Al respecto argumentaré un par de cosas. Somos ingenuos frente a los agentes productores de enfermedades. Somos soberbios ante la vocación perenne de los males del cuerpo.
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___Nuestros mejores hombres combaten la epidemia y sus galaxias; la encapsulan, la reducen a estructuras predecibles de comportamiento y cantan victoria en bélicas euforias farmacéuticas.
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___Pero la enfermedad persiste. Lo hace desde nuestros frágiles huesos que se duelen; desde nuestra vulnerable corteza cerebral adolorida o nuestros músculos acalambrados por el uso.
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___A la recurrecia necia de los virus, a la impertinencia de bacterias indeseables, a las malformaciones genéticas de nuestros males, escribiré una oda silenciosa, un himno clandestino y desechable, donde proclamen nuestros genes su pequeñez intrínseca, su mórbido destino funerario.
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