lunes, agosto 25, 2008

BREVE HISTORIA DE LA VÍBORA DE LA MAR
.
___Esta es la versión breve de la historia de un viaje imprevisto. En su momento culminante la Chica Superpoderosa se apartó del grupo y decidió trepar un cerro que se caracteriza por tener inaccesibles cuevas de murciélagos, morada también de mamíferos menores. Caía la tarde y parecía que oscurecería más pronto de lo previsto, lo que me llenó de temor. Como no podía continuar escalando, desde un cerro menor grité ordenándole a la Chica que abortara la misión y comenzara el descenso cuanto antes. Bajé y decidí tomar la blazer, rodear el cerro y recogerla. No debe haber más de dos kilómetros en ese recorrido, así que calculé que mientras llegaba, ella bajaría. Caminé unos cien metros bordeando la playa hasta el campamento y llegué hasta el vehículo; para mis desventuras éste no encendió. La pila estaba totalmente muerta y el arrancador no alcanzaba a hacer ni click. Como sé que, de acuerdo con las curiosas leyes de Murphy, estas cosas pasan cuando menos lo deseas, tomé las cosas con espíritu deportivo y decidí caminar el trecho a paso veloz. Consierando que Usain Bolt atravieza los cien metros en 9.63 segundos, calculé que los 2 kilómetros aquellos podría yo recorrerlos a una velocidad conservadora a razón de 25 segundos cada cien metros en promedio. Esto arroja una cantidad total, en el caso de que supongamos que yo pudiera sostener ese paso, de 500 segundos pasaditos, es decir, de no más de 10 minutos.
.
___(Doy un respiro al lector porque el párrafo anterior se está pareciendo ya a los que escribe Antonio Muñoz Molina -en lo tocante a la extensión, no al suspenso-). (*)
.
___Comencé el recorrido confiado en que mis capacidades físicas no podían estar más atrofiadas que las del corredor mexicano que abandonó en Beijing en el 4 mil la prueba de los 10 mil metros planos. Fue aquí donde surgió una advertencia de la Providencia. Apenas había cruzado (yo, no la Providencia) unos matorrales cercanos al sitio donde estaba la blazer con la batería en estado letárgico, un movimiento se manifestó sobre la ardiente arena desértica. Aquella parte de mi sistema nervioso que los estudiosos de la mente humana dan en llamar inconsciente encendió los sensores de la supervivencia, exacerbó mi sentido de la vista e hizo que la sangre se fuera a los talones (la ciencia médica, hasta donde entiendo, no ha estudiado de forma juiciosa con qué fines el sistema nervioso ejecuta estas mudanzas sanguíneas en situaciones de estrés). Se trataba de un crotalus basiliscus que se dirigía al matorral. Se quedó inmóvil al mismo tiempo que yo; parecía tratar de adivinar si tenía intenciones de hacerle daño y seguramente contaba ya con un plan b, dado el caso (la serpiente, porque yo no había elaborado siquiera el plan a), en aquel momento no accionó siquiera su sonaja. Esta variedad de ofidios reproducen en mí el recuerdo de viejas rencillas entre especies de diferentes clases que me tocó atestiguar en la infancia. Opté por gritar para advertir a mi hermano, que se encontraba en el campamento, sobre aquella intempestiva aparición. La Providencia, presente siempre en todo, había abastecido con puntualidad a mi hermano porque éste apareció casi inmediatamente asido fuertemente de un bote de cerveza. La víbora de cascabel, para llamarla en cristiano, cuya longitud rebasaba el metro y su grosor imponía respeto, debió percatarse del olor de la bebida porque, haciendo gala de su sobriedad inmanente, optó por continuar con sigilio su camino hacia los matorros del chaparral donde nos encontrábamos, muy probablemente segura de que si yo no representaba problemas para su seguridad con todo y mis gritos, mi hermano menos, pues era más que evidente que no lanzaría el bote de cerveza contra su reptilidad. Craso error error de cálculo y magnífica decisión la de huir, porque mi hermano en un movimiento sorpresivo depositó el bote de cerveza en mis manos y se hizo de una piedra de tamaño aceptable que arrojó con bastante buena puntería al vientre de la serpiente. Dolida por el impacto que supone toda pedrada a la altura de las costillas (sea el animal que fuere), desapareció a toda prisa entre los varejones del matorral. Cuando mi hermano volteó a verme y a solicitar su bote de regreso era demasiado tarde, daba entonces yo el último sorbo a la bebida, lo que coincidió con el recuerdo del apremio que me había llevado hasta ahí: recoger sana y salva a la Chica Superpoderosa.
.
____(Otro respiro antes de que el lector suponga que en cuestiones de estilo copiamos al colombiano Apuleyo Mendoza).
.
___Roto el sentido del tiempo y el espacio luego del encuentro con el reptil (sangre en los talones de por medio), no había tiempo ya para superar al mexicano que abandonó la prueba en el cuatro mil. Regresé al campamento y le pedí encarecidamente a Cristina que me facilitara su auto, una SUV Honda sin nacionalizar, para ir a recoger a mi muchacha. Debió haber signos de espanto en mi rictus porque me arrojó las llaves sin dudar; salí a toda velocidad. Cuando tomé la primera curva de la vereda que rodea al cerro en dirección a las cuevas, observé que la Chica Superpoderosa regresaba corriendo. Entonces la sangre abandonó su condición de atole y comenzó a despejar mis talones, es decir, me volvió la sangre al cuerpo, se dispersó con ligereza por el sistema circulatorio y pude entonces respirar con el ritmo que recomiendan los entrenadores de tiro con arco. Ella sudaba copiosamente y sonreía, cuando nos encontramos se subió al auto y me dijo que si por qué me había tardado tanto. Con calculada frialdad le dije que porque todavía no me terminaba la cerveza. Enseguida dí una sobria explicación sobre las inconveniencias de andar a campo traviesa por el desierto en pleno verano, la elevada probabilidad de toparse con especies inferiores de talante incierto y peligros no menores. Cuando llegamos de regreso al campamento, la Chica Superpoderosa bostezaba con mis explicaciones.
.
___Te explico, amable lector, que durante el fin de semana, un grupo de buzos (unos profesionales, otros aficionados) hicimos tres inmersiones, todas con fines académicos. Bajamos a no más de 20 pies y la aventura fue aprender a quitarnos y ponernos el chaleco en la profundidad y, después en la superficie, practicar el salvamento de un buzo cansado y compartir un regulador de aire con un buceador en problemas, entre otras destrezas. Mi ahijado Juan Carlos Ch. fue el instructor designado, un profesor debidamente certificado por las instancias superiores del buceo internacional cuyas dotes docentes e insuperable paciencia nos ha permitido comprender los misterios de lo submarino.
.
___Por la noche, sobre una alargada lona de plástico donde aparece una monumental foto de Ana Gabriela Guevara, el equipo de buceo parecía un museo estático y abandonado. Se alcanzaba a ver por el reflejo de la luna en las tranquilas aguas del Mar de Cortés. Nos disponíamos a dormir. Era sábado por la noche, soplaba el viento y los zancudos se habían declarado en huelga.
.
___(*) En lo tocante al suspenso, si es que has llegado hasta aquí, amigo lector, nos permite suponer alegremente que podemos competir con Muñoz; en cuanto a la extensión nos queda aún un trecho por recorrer.
.
___¿qué hora es?
.

7 comentarios:

ismael dijo...

vaya... esa si es una aventura que quita el inmsomnio. jaja. Saludos Maese... muy adoc, no me imagino buceando y cantando " a la vibora de la mar, por aqui puedes pistear"...

ismaelserna.blogspot.com

Mile dijo...

Que miedo my dear Humprey... en fin lo bueno es que todo bien... dejame contarte que tuve a bien conocer tu estado por primera vez y me la pase muy bien... creo que volvere, por cierto donde encuentro el libro de tu amigo aca en Cd Juarezm Chih?...me gustaria leerlo!

Alejandra Mondaca / Séptimo Sentido dijo...

Dos dudas:

1. ¿Las vívoras tienen costillas???
2. ¿Todavía sigues pensando que son seres inferiores?

Jajaja, saludos a todos por allá! Tus libros siguen en mi librero pero ya empiezan a hacer bulto.

Abrazos pa todos!

BGF dijo...

Uf, vaya, caramba, qué miedo.

¿¿Libros?? ¿Qué libros? ¿¿Suyos de usted?? Informe a una fan pero ya.

nacho dijo...

Isma, ya estás en la lista de lectores de obra del Festival...

Mile; cuando vengas a Sonora, avisa... un beso...

Séptimo: las víboras son pura costilla, je. Oye, ya envía los libros, no seas tan sargento Scully. Besos.

Berti: gracias por lo de fan. Los libros a que se refiere 7o. son de consulta... ojalá fuesen míos... tengo uno de cuentos que puedo enviarte. Envíame tus datos a moroico2000@yahoo.com.mx
.
gracias por visitar, un beso.
nacho mondaca

Manuel dijo...

Si tienen costillas, ¿Les dan cosquillas y se ríen?
Saludos

Hey Jude dijo...

Mucho me habría gustado ver ese museo estático, principalmente por la unión de una actividad acuática con la atlética... me los imaginé, pero....¿no se tomaron alguna foto?

Saludos.