sábado, noviembre 03, 2007

TRANSDIARIO
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___No recuerdo el día que me entusiasmé por tocar la guitarra, pero fue cuando naufragaban mis trece años, es la época en que uno se entusiasma también en otras manualidades; mi abuela tenía una guitarra ancestral que obtuvo como pago por un borrego en el rancho de mis bisabuelos, era viejo el instrumento, y estaba ahí como esperando que alguien se atreviera a manosearla; digo de paso que, además de tocar corridos y valses, mi abuela poseía una hermosa voz que compartía muy de cuando en cuando porque la faena de tener dos hijas con epilepsia, una de ellas afectada física y mentalmente, la fue alejando de la música y la sometió a una suerte de esclavitud de la que no se libró hasta que murió. Para mí, de alguna forma sirvió que las cuerdas metálicas de aquella guitarra fueran tan broncas porque pulsándola casi con obsesión mis dedos debiluchos se acostumbrarían a la rudeza innecesaria.
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___Hubo un factor que me pegó en la frente. A un par de cuadras de casa había una radiodifusora con una antena gigantesca, ocupaba un enorme baldío donde la chamacada jugaba béisbol, mi primer amor, y los sábados por la tarde se organizaban ahí tocadas al aire libre con el grupo local “Los Griegos”; su repertorio incluía canciones de Enrique Guzmán, Teen Tops, Apson, Rockin’ Devils, Beatles y melodías románticas de todo signo. A mis amigos les llamaban la atención los aspavientos y malabares que hacía el baterista, la mayoría lo imitaba en sus casas haciendo juegos de tambores con tinas, botes y tapaderas de metal e imaginando que cualquier palo podía sustituir las volátiles baquetas; pero a mí lo que me gustaba era echar raíz junto al escenario y observar sin parpadear las evoluciones del vocalista con su guitarra eléctrica, los requintos de Santo y Johnny sencillamente me trastornaban y deseaba con fervor poder tocar esas líneas melódicas que se me quedaron enquistadas como una enfermedad latente, además, bateristas, como dije, ya había muchos en el barrio. Entonces tenía diez años y no pasó nada, únicamente que se me quedó instalado aquel hormigueo.
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___Otra vez la radio. Un día, ya en segundo de secundaria, Lalo Campa, mi mejor amigo de la infancia me dijo que había hecho un dueto con José Luis Guerrero, un chavo de tercero que tocaba la guitarra, que se presentarían en un programa de radio y que necesitaban alguien que hiciera percusiones, que si le entraba. La oferta sonaba bien aunque, como saben, la batería no estaba entre mis fantasías, pero Lalo lo puso más fácil: se trataba de tocas las maracas. Vas a llevar este ritmo nomás, me decía mientras tronaba los dedos. Se llegó el día y cuando entramos en cabina apenas me familiarizaba con las maracas tricolores que llevó José Luis. Lalo tenía un gran sentido musical, tocaba el piano de oído y tenía una capacidad innata para hacer distintas voces, lo que facilitaba que la melodiosa voz de José Luis pegara el chicle. Interpretamos (o quizá deba decir mejor: interpretaron) dos canciones de trío de esas que se tocan en círculo de sol con alguna modulación ocasional a tono menor, en una palabra, canciones populares y fáciles. El locutor hablaba con entusiasmo de aquellos muchachos que tal vez no tenían mayor talento que atreverse a cantar frente al micrófono, pero para ser honestos las voces de Lalo y José Luis eran afinadas y se acoplaban con mucho sentido, no así las maracas que a veces entraban en ritmo y a veces mejor se hacían invisibles entre mis manos torpes. Para Lalo, aquella presentación era un éxito pues al salir festejaba con José Luis el atrevimiento mientras que yo todavía temblaba de los nervios. Nos encontrábamos en el patio de la radio, justo en el sitio donde años atrás me embelesaba observando al guitarrista de “Los Griegos”.
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___Luego tocamos aquí y allá en reuniones y eventos escolares. En las vacaciones de Navidad decidí romper el involuntario idilio con las maracas, desempolvé la guitarra de la abuela y me puse a ensayar con frenesí las pisadas de sol y re. Uno de esos días llegó Lalo a casa y no desperdicié la oportunidad para mostrarle mis logros; como siempre que uno intenta dar una demostración de algo que esperas que funcione como Dios manda, falla todo y se atropella uno zancadillado por la ansiedad. Mis dedos se lucieron y los sonidos de re y sol se escuchaban apenas, ahogados y descosidos. “Nunca vas a aprender”, me dijo Lalo echando sobre mí una lápida de cantera.
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___Me crecí ante el dolor y fue entonces que caí en cuenta de que la vieja guitarra de la abuela no serviría para poner en marcha la decisión que tomé el día que Lalo me sofocó: aprendería a tocar el instrumento a como diera lugar. A partir de ese momento estuve neceando como oligofrénico a mi padre para que me “amaneciera” una guitarra, y no tuvo más opción que conseguir una de segunda mano, se la vendió un conocido que había abandonado el bar donde trabajaba con otros bohemos a cambio de un puesto como gendarme de la policía municipal. La guitarra venía en un estuche negro y aunque de entrada sentí que el cuello era demasiado ancho para mis breves manos, fue toda una bendición descubrir que tenía cuerdas de nylon. Los tonos de re y sol salieron como si nada y, a fuerza de estar machacando sin descanso durante todas las vacaciones, conseguí hilar el círculo de sol son cierta soltura.
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___Cuando regresamos a clases me sentía diferente, tenía guitarra propia y sabía el círculo de sol, un logro supremo comparado con el desempeño como maraquista, así que me deslindé del trío porque, con todo y los avances, no me sentía capaz de tocar la guitarra al lado de José Luis. De todas formas el grupo fue difuminándose porque lo que verdaderamente nos inspiraba era el Rock, y la música romántica pues sí, pero no.
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___El año escolar terminó cuando estábamos absorbidos en hacer campeón a nuestro equipo de futbol. Durante el verano, las vacaciones se convirtieron para mí en encierros de horas con la guitarra, luchando por hacer audible la cejilla de fa y por aprender la utilidad de los tonos menores, relativos y otros que son actos de contorsionismo para la ingenuidad de los dedos adolescentes. Por entonces, esos dedos aprendían también que el amor tiene ojos negros.
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___Entramos a tercer grado y una tarde, mientras nos reponíamos de goles y pelotazos tomando coca-cola, el maestro Rubén Peralta, trombonista y director del coro de la Secundaria 22, se apareció y nos dijo ¿por qué no forman un grupo de música moderna? ¡Ya estaba! Fue como una voz de alarma cuando está comenzando el incendio. Para pronto, Rodolfo Torres ya había dejado baldes, tinas y tapaderas metálicas y se había hecho de una batería de verdad; el salón de música contaba con piano eléctrico y un muchachito de primero, hijo de músicos de bodas y pachangas, tenía una guitarra eléctrica. Así que todo fue cosa conseguir otra guitarra para que yo hiciera mis pininos. El maestro incorporó al grupo a su hijo que tocaba la trompeta y escogió como vocalista a Jaime Mendoza, un carismático alumno de tercero c. Dos chavitas se apuntaron para hacer coros y no hacía falta más que comenzar.
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___Lo primero que montamos fueron dos canciones del Dawn y su vocalista Tony Orlando: Cándida y Knock three times que salieron mucho más reventadas de lo que esperábamos. Lalo, el candidato natural para el piano, sacó todo lo que traía en la chistera y se lució en la primera presentación improvisando un solo en Guantanamera, la tercera de nuestro exiguo repertorio. Después montamos Gipsy Woman de la que Bobby Womack lanzó una socorrida versión en soul music, y otras, lo confieso no sin cierto pudor por lo fresas que eran, de David Cassidy.
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___Así pasó el tercer año de secundaria, con presentaciones y tocadas que elevaron nuestros bonos secundarianos hasta la idolatría. Con la graduación concluyó la vida del grupo pues en vacaciones los puntos cardinales bifurcaron nuestros caminos. La preparatoria no hizo más que ensanchar la separación, algunos emigramos a otras ciudades. Como sea, viviendo en la frontera podíamos escuchar con más nitidez el sordo rumor de un deshielo británico estadounidense que que azotó esa época: sex, drugs & Rock'n'roll.
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2 comentarios:

Álex Ramírez-Arballo dijo...

Nacho,

Como siempre, tu prosa es evocadora y muy bien tejida.
Tenemos, todos, mucho que aprenderte.

Saludos, man.

Alx Rmz

P.S. Por cierto, primero Dios, este finde andaré por Hermosillo, por allá nos veremos.

nacho dijo...

Gracias por asomarte por aquí y comentar cosas que hacen que mi ego se expanda como la avena. Nos vemos, claro que sí, en el Coloquio. Un abrazo.