sábado, diciembre 01, 2007

TRANSDIARIO
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___Por la noche comeremos elotes cocidos, pero ahora, el tío Antonio está en el zaguán pelándolos, se acerca Navidad y guarda las hojas para hacer tamales, finge que se come los gusanos verdes de las mazorcas, en realidad lo arroja detrás de su espalda donde una gallina los engulle de un picotazo. Yo finjo que creo que se los come y hago caras de asco. A un lado está el bastón que él mismo elaboró con un palo de escoba, ya no puede caminar pues los problemas de circulación en sus piernas se agravan, no sabe que en un par de años morirá víctima de diabetes, cuando la gangrena dé la última señal. Ahora ríe, cuenta chistes y hace gracias a sus sobrinos que lo festejan espantando a la gallina que también ha de terminar en un buen caldo.
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___El tío Antonio fue pionero del pueblo, llegó en 1938 cuando Lázaro Cárdenas repartió las tierras del Valle y brotaron los ejidos como hongos. El resto de la familia le seguirá los pasos porque él ha visto ya la tierra prometida de la frontera y ha contagiado a todos del virus de la migración. Por eso es que nosotros naceremos en esa franja de desierto donde el Colorado y la cerca divisoria metálica hacen una cruz, donde California, Arizona, Sonora y Baja California se saludan en el mapa.
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___De aquel entonces, junto a las fábulas de sacrificio y abnegación, mi familia guarda historias secretas, vergonzosas. De niño uno las ve como fantasmas que surcan los gestos de nuestros padres y abuelos, pero con el tiempo salen a la superficie y terminan por completar el rompecabezas de nuestra estirpe inmediata: incesto, homosexualismo, huída silenciosa a otras tierras donde los delitos acallados se exoneran a fuerza de kilómetros, donde las cicatrices se borran arrulladas por el péndulo del tiempo.
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___Así, uno va creciendo con una especie de remordimiento histórico, a sabiendas de que algo ocultan los roperos, objetos, fetiches y antiguallas cuyo origen se explica por los silencios o por alguna fotografía desteñida. Los abuelos hablan del pasado con cautela, no quieren recordar que sufrieron hambre y que odiaban a sus hermanos porque escondían los últimos trozos de pan de la semana. Recuerdan momentos míticos en la chimenea del rancho, pero no que un capataz violó a la niña de nueve años para luego huir a los Estados Unidos. Huir como remedio, como absolución de la falta cometida en el rincón oscuro de la tentación. Nada de eso se habla, apenas que la tía soltera muera y libere por fin a esa niña de nueve años que vivió con ella el resto de su vida. Entonces, un buen día, cuando ya todos hayamos crecido lo suficiente, se deslizará una parte del rompecabezas que escondía la abuela junto al bote de la avena. La parte que faltaba y que uno jamas hubiera imaginado. Un secreto ya obsoleto, discreto y lacónico como la montera y las banderillas guardadas en el ropero, como la colección de monedas americanas del siglo XIX y las cartas rancias que nadie va a leer jamás.
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___No recuerdo el sepelio del tío Antonio porque mi madre era enemiga de llevar niños a los panteones. Recuerdo nomás que fue velado en su casa donde también se cumplió el novenario con letanías largas y repetitivas; se me estrujaba el corazón nomás de ver los velos negros y los rosarios de bolita que portaban las señoras del barrio. Los hombres en el zaguán tomando bacanora y nosotros, en segundo año de primaria, observando el espectáculo desde los techos de las casas donde trepábamos a hurtadillas cuando caía la noche.
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___Cuando creces te das cuenta de que las historias de las familias son los intervalos entre los funerales, son la revelación de los secretos y la inexplicable sed de emigrar. Huir. Recordar.
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