LA IMPORTANCIA DE NO ECHAR AL OLVIDO
CIERTAS EXPERIENCIAS DE LOS SENTIDOS
.___Escucho con involuntaria avidez la música del pachangón loco que han montado los amigos del profesor Heliodoro enfrente de mi casa. Observo reunidas ahí a personas de edades que ustedes ubicarían entre 1950 y 2001. El nutrido repertorio, ejecutado por una crucificable tecnobanda, comenzó a escucharse cuando el astro rey checaba tarjeta de salida. Se trata, lo deduce mi lúcido lóbulo izquierdo, de celebrar el día del maestro con ritmos y melodías a decibeles comparables a los que presume esta misma noche en el Expo Forum la metálica banda Mago de Oz.
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___A lo largo de mi existencia, mi sistema auditivo ha sido sometido a pruebas dignas de laboratorio que a nadie recomiendo. Recuerdo, por ejemplo, cuando se reventó mi tímpano derecho luego de una terca infección amigdalítica. Tenía ocho años y llegué a sentir un dolor que ahora comparo con aquellos que los inquisidores del México colonial imponían a los acusados de apostasía. En un concierto de Led Zeppelin en el estadio de San Diego, casi a mediados de los setentas, comenzó a hacer un frío terrible que sentíamos con mayor rigor los que habíamos adquirido boletos de 18 dólares. Sentados en la parte más alta del inmueble, veíamos como en un microscopio a Robert Plant metido en unos ajustados pantalones de campana negros cantando canciones que llegaban a nosotros alteradas por un eco gracioso y a destiempo. Gruesas nubes de humo producidas en todos los sectores del estadio deambulaban dejando su aroma inconfundible. Eran noches de maleficio que se convirtieron en tormento indecible cuando caminamos como cinco kilómetros al término del concierto, mis oídos eran magma eruptivo. De alguna manera, mis amigos me hicieron cruzar la frontera a deshoras y en condiciones que no recuerdo. Por la mañana desperté en un departamento de la colonia Revolución de Tijuana. Había un zumbido interno pero el dolor había desaparecido. Mis amigos todavía dormían cuando tomé mi mochila y me fui a la terminal.
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___Luego fue en Oaxtepec, a mediados de los ochenta. La idea era pasar el fin de semana entre las albercas del centro vacacional y la zona de Tepoztlán, cerca del Tepozteco. Luego de tostarnos salvajemente la piel enfilamos hacia las zonas arboladas del Tepozteco. No era nuestro día porque cuando bajábamos del auto la casa de campaña y los enseres para cenar, instalarnos y dormir, adoloridos de tantos rayos ultravioleta, nos cayó un carro de judiciales del Estado de Morelos. Nos asustaron, eso sí. Nos quitaron la poca cerveza que quedaba en la hielera y los doscientos pesos que teníamos para regresar. Además nos prohibieron que acampáramos en el lugar. Comenzó otra vez el zumbido, luego el dolor.
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___Regresamos al DF esa misma noche con apenas un cuarto de tanque de gasolina y ni un centavo en la bolsa. Tomamos la carretera libre para evitar la de cuota. La pesadilla se complicaba porque nos perdimos. Como nadie estaba en condiciones de conducier, terminamos orillados "a la orilla", cerca de unos locales solitarios donde de día se venden memelas y otros antojitos locales. Esquivando zanjas y troncos, metimos el auto entre unas arboledas porque teníamos miedo de que nos asaltaran. En la madrugada llegaban autos con gente que se apeaba a vomitar o a tirar el agua. No sé si por miedo o por curiosidad, Mario Alberto se bajó del carro y, rodeando los pinos, se parapetó a fisgonear un auto deportivo donde unos chavos tomaban fotos con flash. Eran dos que luego de unos momentos bajaron a una chavita exangüe, la acostaron sobre la cajuela, le levantaron la faldita y se la cojieron, primero uno y luego el otro. Luego la subieron al auto de nuevo y se fueron. Nosotros vimos el carro aunque no vimos nada más que los flashazos. Mario Alberto regresó muy contrariado a contarnos. Cuando Marcia le preguntó cómo había podido ver lo que nos contaba si todo estaba a oscuras, dijo plenamente convencido que los chavos habían tomado fotos alternadamente. Puta madre, mis tímpanos inflamados apenas podían escuchar la historia sin salir corriendo.
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___Durante la madrugada pasaron patrullas con las torretas encendidas. Nosotros seguíamos ahí, semiocultos, tratando de pegar el ojo por ratitos. No me pregunten cómo llegamos sanos y salvos de regreso, porque llegamos salvos pero no sanos. Mis oídos eran el Paricutín que retrató el Dr. Atl en sus caricaturizados lienzos.
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___En la chamba me dieron una incapacidad por tres días pero el zumbido me duró dos semanas. Me recuperé, como siempre, porque además de los antibióticos y los desinflamatorios me ponía en los oídos unos algodones untados de ruda machacada, un remedio que los españoles agregaron a la prolífica herbolaria americana.
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___A principios del siglo XXI comencé a aficionarme al buceo, deporte que podría generar enormes ingresos en mi Entidad si se explotara con sabiduría. La primera vez que rebasé los 20 pies de profundidad, ceñido a un equipo que pesa unos cuarenta kilos, mis oídos reprodujeron la explosión del Paricutín. En en momento llegué a pensar en lo inicuo de la vida y en todas aquellas cosas para las que no fuimos hechos. Renunciar al encanto y pensar que la facultad de desafiar las profundidades era atributo de unos cuantos, me llevó a reflexionar en mis flaquezas. J. C. ahuyentó el marasmo de mis elucubraciones y decidió que lo mío era cosa de técnica. Con esa fe pragmática que profesa me explicó el abc de la descompresión y la manera correcta en que el buzo amateur debe acondicionarse a la inmersión. Entonces sobrevino mi fascinación por llegar hasta los 50 pies de profundidad, luego los 60, sin la repulsa de mis órganos sensoriales.
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___Mi sistema todo se adaptó a la novedad y confiadamente accedió a conocer aquello que va desnudando cada nivel conquistado debajo de las olas.
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___Todo iba bien hasta hoy, hasta hoy cuando los amigos del profesor Heliodoro despertaron a la bestia dormida de los decibeles; a la tecnobanda infausta que estremeció por largas horas nuestra vecindad con el bajeo repetitivo de una tuba, de un bajo electrónico o de un tololoche chicoteado.
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___Mis oídos, por un acto reflejo, reviven las crudas experiencias a que han sido sometidos, mueven neuronas y neurotransmisores que activan pulsiones somáticas, reverberan catexis que preferiría permanecieran dormidas y estáticas como las fotos familiares en blanco y negro. Ya lo pagarán.
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2 comentarios:
Recuerdo una vez en Cozumel que me aventé unos veintitantos metros de profundidad sin tanque pa alcanzar una tortuga entre los corales, me emocione para primera y última, sangre en la nariz y oído reventado. Y ni siquiera alcance la tortuga.
Buen fin de semana
Ups, conocer y bucear en Cozumel es uno de mis proyectos. Lo que hiciste es tremendo. 25 metros son casi 80 pies de profundidad !!!. Ups.
Un abrazo... nacho m.
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