martes, enero 30, 2007

LA ENTREVISTA
(relato en dos exhalaciones)
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a F. F.
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___Te pregunta si tu eres el autor del famoso relato "El cuento de nunca acabar", que porque eso es lo que se anda diciendo. Respondes que no, que no mamen, que si tu fueras el autor de ese cuento no andarías escribiendo en revistitas provincianas buscando una fama incierta, prostibularia. Que te conformas mejor con el chisme de que tú creaste "Tómale por su curiosa retaguardia" y "Al diablo con los adoradores de Satán", aunque no sea cierto porque esos cuentos, que escupen ironías y ridículizan a conocidas eminencias locales, son en realidad anónimos y no vale la pena querer adjudicártelos. El entrevistador cruza una mirada al hombrecillo que está detrás de la cabina frente a una consola de controles; su mirada es una mezcla de sorpresa y de censura, así lo piensas en ese momento. De todas formas, la entrevista ya te está molestando y por un momento evalúas la posibilidad de salir de la cabina de radio y dejar colgados a tu entrevistador y a los tres radioescuchas que seguramente se sentirán aliviados de no seguir escuchando todo esto. Pero decides quedarte. Respondes por inercia, con cierto desenfado. Reaccionas sin saber cómo, ya no te importa que se hayan desconectado tu alter ego y tu arsenal de silogismos. Dices cualquier tontería: que naciste allá en tu pueblo y que en ese año la cosecha se malogró por la sequía y que tu papá era un mecánico terco y tu madre una señora que hacía las mejores tortillas de harina del mundo. Se ríe él y también el operador de los controles y de los intervalos musicales. Trova. Aburrido. Lo ves detrás del cristal haciendo señas al entrevistador. Códigos simples, binarios, señas y gesticulaciones ordinarias para que el programa radial cumpla su función de acuerdo al tiempo y a las formas. Te aburren esos mecanismos porque te recuerdan los gestos furtivos que hacían los adultos cuando, en tu infancia, decidían ocultarte algo. Recuerdas por ejemplo las veces que preguntaste para qué sirven las toallas femeninas o cómo nacen los niños. Ciertamente no entendías la sonrisa maliciosa que intercambiaban los adultos entre sí, la sonrisa binaria, pero te atormentaba la idea de que creyeran deveras que tú habías quedado conforme con sus respuestas amañanadas. Eso es lo que mueve tu perspicacia, lo confirmaría tu sicólogo en otro momento, pero ahora no reparas en ello y simplemente sonríes abúlico cuando él hace con sus dedos una seña de tijeras al operador señalando que abrevie el espacio musical y que ya disponga una nueva entrada verbal, una donde te preguntará si la literatura sirve para algo. Entonces es cuando harás tus más íntimas revelaciones al respecto, sorprendiendo hasta a los tres radioescuchas que finalmente se han quedado a escucharte. Dirás que no eres un lector apasionado, que lo fuiste hace muchos años y que ahora has perdido el gusto por leer como loco. Que prefieres dedicar tu tiempo a escribir y que leer no es una obligación del escritor. Refieres el caso de Don Miguel de Cervantes, lo sueltas ahí como si dijeras una verdad incontestable. Alegas que hizo la gran novela de la humanidad sin conocer ni las porquerías ni las excelencias que se escribirían en los siglos por venir, y que alguien puede escribir las peores o las mejores ocurrencias en un español decente sin tener que pasar por conocer los recovecos del canon universal. El entrevistador ahora no acierta a preguntar nada. Ni siquiera observa al controlador que gesticula que el programa debe concluir. Tú sigues hablando mientras alguien toca mesuradamente la puerta de la cabina: otro locutor, el del programa "Buenas noches románticas", quien alcanza a advertir que has sobrepasado el tiempo reglamentario. Es entonces que tú mismo haces un colofón porque tu entrevistador no parece registrar signos de vida. Recuerdas que Aristóteles señalaba una especie de final feliz en el discurso retórico y que, a manera de conclusión, debieras cerrar tu perorata con algo que sintetizara toda la intención de la charla. Pero no encuentras ese final y decides recurrir a una frase que dejará colgados de una telaraña a los tres radioescuchas, mientras el operador de la consola de control está fuera de sus casillas, cansado ya de emitir señales inútiles al entrevistador. La frase sorprende incluso al conductor de "Buenas noches románticas": "Lean sólo lo indispensable".
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___La programación radial seguiría esa noche, eso pensabas. Pero ahora te encontrabas ahí, haciendo apuntes y adivinando preguntas que quizá no llegarían nunca. Dadas las circunstancias, decidiste ir a dormir y te pusiste a pensar que la entrevista que tendrías al día siguiente quizá sería más breve. De todas formas, una entrevista de radio es siempre más fácil de lo que imaginas.
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1 comentario:

Manuel dijo...

Mientras no te entre el pánico escénico, todo está bien