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EL MACHO MEXICANO EN TIEMPOS POST LADY DI
El prototipo del macho mexicano es un personaje romántico en más de un sentido. La imagen del bigotón con botas, sombrero y pistola la cinto que nos dibujaban las películas de la época "de oro" del cine mexicano, capaz de emprenderla a golpes a la primera oportunidad, o de escupir en la cara del otro al menor pretexto, ensalsado en las canciones de José Alfredo como aquél capaz de quitarse la vida por una mala racha de cartas (lo sabemos, "la vida no vale nada"), ese tipo cabeza hueca capaz de seducir hasta a la madre superiora o de ir chispando "hijos por dondequiera", muestra únicamente un lado de la moneda.
Esta tipología se corresponde con el niñito llorón que busca con desesperación un reencuentro en la cama con su madre. Su impulso primario no es sino una exaltación del yo que va por la calle con un sentido de identidad lastimado por una infancia terrible, ajeno al universo de lo que el director del manicomio identificaría como relaciones adultas.
Lo vemos ahora en disfraz de burócrata, de profesionista, maestro, comerciante y hasta de escritor (al macho, no vayan a creer que al director del manicomio). Su grado de instrucción aporta poco a su personalidad, tampoco su nivel de ingresos (aunque, de hecho, cuenta). Cierto, ha dejado la pistola y el bigote, aunque sigue usando ropa ajustada. Suele ir al gimnasio y pasa más tiempo frente al espejo que su inmediato predecesor. "¡Qué!, ¿Qué de qué?, "¡Pos qué de qué de qué!". Dondequiera se le encuentra.
Sueña con vertir decímetros cúbicos de semen en cada eyaculación, tener genitales extraordinarios y ser halagado por miembros de los dos sexos, en particular por los del propio. Un bisexual en potencia. A la hora de la hora, el macho mexicano, en su versión clásica o en la actualizada, se convierte en un amante experto de lo ridículo. Resulta que padece eyaculación precoz, gime y suplica en la cama por una platito de amor; busca afanosamente el seno materno perdido hace años y encuentra, con frecuencia, su contraparte: la frígida que pronto encuentra la forma de controlarlo y manipularlo (sorry, su infancia tampoco fue la de Marthita Sahagún). Cuando sea necesario, ella dirá en público que es él un garañón insaciable; tendrá así la mejor arma para traer al macho con un aparatito de control remoto. Ambos serán complices de ese secretito. Es incapaz de amar: ya está él ahí, en sí mismo, no hay espacio para otro ser; si su pareja admite jugar el papel de mami, entonces bienvenida dulce sustituta (¿me planchas la camisa, mi reina?). Dos extraños unidos por motivaciones líbidas mal encauzadas en la primaria.
El macho no es pues sino un prototipo de la personalidad romántica: rebelde, exaltado, indomable, dispuesto al sacrificio en aras de su ideal más profundo (el reencuentro con mami) y a morir incluso en lo que consideraría un orgasmo final y prolongado hasta la agonía. Su sentido de trascendencia llega hasta donde termina el elástico de su truza (de esas tanguitas como las de las chicas... espejito, espejito). Sus conquistas abarcan el número indeterminado de frígidas que le depara el destino. Mami, mami, acéptame, yo les gano a todos para que me prefieras. Paranoia bruta con envoltura nueva. Hollywood sabe bien de estos acartonados modelos (remember Rock Hudson o Keanú Reeves). El cine mexicano apenas empieza a explotarlos: Diego Luna, Gael García, los niños bonitos, el nuevo tipo, Leonardos Di Caprio del subdesarrollo (perdón, perdón, mis estrellitas del firmamento, no me hagan caso, sigan brillando).
Pero la cosa no para ahí (y a veces no para en ningún lado). El macho mexicano sigue evolucionando. Busca emociones más fuertes a pesar de que adquiere poses más delicadas. Es probable que sea el andrógino el prototipo por venir, su nueva fase lógica u obligada. El charro rebelde de la revolución trae ahora entalladas mallitas y sale en bicicleta los domingos, anda en Stratus, llora cuando lleva serenata y se emociona con Luismi. Dispuesto siempre a partirle la madre a cualquier cabrón (eso sí, siempre, incluso en una riña intelectual), se cuida el pelo con mus y toma tratamientos para no envejecer. Bebe lo suficiente y fuma marlboro light. Busca vestir bien y no olvida revirar de reojo al espejo cuando sale del baño (¡pacito!).
No lo pierdan de vista, lo reconocerán de inmediato: están dejando de gustarle José Alfredo y Vicente, y, aunque raras veces lo aceptaría en público, comienza a sentir una extraña admiración por el "Potrillo" (esa versión de tocador del caudillo del Sur).
¿qué hora es?
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