viernes, octubre 24, 2003

.
UNA NOCHE CONRAD SE PUSO A ESCRIBIR EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

A los 37 años, Joseph Conrad ha dejado el timón y las cartas de navegación, los ha cambiado por una pluma. Una voz profunda le dicta sus relatos y su mano autodidacta encuentra una vereda transparente. No le mortifican las vanguardias literarias, ni siquiera les presta atención. Conrad (1857-1924) escribe conmovido por un eco de tambores que resuena en su pecho dictando un código. Lo traduce ágilmente porque no teme a los idiomas. Sus intensos viajes marítimos le han tatuado el alma y se apresura a contar una suerte que resultó errabunda desde su cuna.

El corazón de las Tinieblas es acaso un relato dentro de otro, el umbral de un laberinto desconocido y escalofriante. Marlow, el narrador protagonista, decide contar a sus amigos sus experiencias más insondables. Ha encontrando la atmósfera propicia: un barco que descansa en la rivera somnolienta del Támesis, un grupo de amigos íntimos que sabrán escucharle y un halo de tranquilidad que parece desconocer sus orígenes.

Jamás lo dirá, pero el espacio es África, África negra que abre sus fauces vegetales inexpugnables y muestra al mundo un capítulo escondido de la prehistoria; cobra vida una sociedad primitiva ajena a todo género de civilización, inmersa en la lucha por la supervivencia frente a las fuerzas tremendas de la naturaleza. Ríos inverosímiles, faunas desconocidas en vírgenes vientres matizan el relato selvático.

Ha llegado el hombre blanco. Lentamente ha ido bordando un sistema que le permitirá usufructuar las riquezas de ese continente desconocido. El legendario marfil, es el símbolo que sacude la avaricia y la sed de poder. Viaja el oro blanco por las inmediaciones del río traicionero y en acecho. Encallan los buques y la civilización. El hombre blanco ha llegado hasta el corazón de las tinieblas. Ahí emergen riveras insalubres y lagos exóticos hasta entonces desconocidos para el europeo. Ha llegado también el bastón imperial con un malogrado disfraz de comerciante, ha llegado como ave de rapiña el aventurero audaz que sirve a la Corona para servirse a sí mismo.

Entre los riesgos terribles que ofrece el corazón de las tinieblas descansa el peor de todos: el de la locura. Quienes pretendan el éxito en aquellos rincones alejados de Dios, habrán de someterse al vahido de la selva; roto el baúl de su propio espíritu los rasgos más abominables se precipitan. No pretenden sobrevivir. Buscan imperar. Kurtz ha llegado hasta lo más hondo, ha transformado su propia esencia para internarse en el pantano bárbaro y convertirse ante los salvajes en piedra de adoración. Ha descendido en el escalón de la evolución y se ha codeado con los peores degradaciones para imponer su ley. El suyo es otro corazón de las tinieblas, es el corazón de la colonización, tan salvaje como los propios nativos que comen carne de sus semejantes y matan sin el menor pretexto. Ha sembrado la muerte entre los nativos con una saña reverencial. Por eso le temen y le convierten en ídolo. Su voz y su fuerza son mandíbulas titánicas que pueden consumirlo todo si se lo propone. Los aborígenes le siguen como hipnotizados por una deidad terrible. También los blancos que orbitan en su influjo.

Con una lengua prestada Conrad se apropia del final del siglo que le toca vivir. La ley del más fuerte. La ley de la selva. Esa es la bandera de las compañías británicas que van a encontrar su propio origen en el capítulo más atrasado de la especie. Pleno de simbolismo, Conrad no ha de premiar a la deshumanización, deja a Kurtz atrapado sin salida en su imperio de irracionalidad pagana, atado a las enfermedades como una lacra estéril. Abyecto, carcomido por el recuerdo imborrable de la muerte y la desolación Kurtz muere en medio del oprobio que ha sembrado en esa región. Es la condición humana lo que reclama la atención del lector:: "El horror... el horror".
Ahora todo está listo para emprender la toma final. El corazón de las tinieblas ha encontrado otro corazón amargo y obsceno, el de la ambición imperial capaz de subyugar escrúpulos en el océano de su expansión.

Marlow no se recuperará jamás de aquella oscura experiencia, ni Conrad, ni nosotros.

No hay comentarios.: