martes, octubre 21, 2003

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EN EL MAR LA VIDA ES MÁS...

Llegamos el viernes por la noche y para nuestro infortunio la cerveza se agotó el sábado a mediodía. Triste noticia enmedio de la euforia submarina. Eso pasa por menospreciar nuestra buena condición hepática.

Cuando te sumerjes a más de 8 metros de profundidad, el organismo se ve sometido a una presión inusual. A la sensación de ligera anestesia se suma un temor primitivo provocado por el asombro ante lo desconocido, ninguna inmersión es igual a la anterior. En el mar, la sentencia de Heráclito se cumple sobradamente, los elementos de la naturaleza cambian constantemente de manera tan visible que hasta un novato o un escritor pueden notarlo. Lo más probable que la barracuda que ves pasar junto a tí no se atreva a atacarte, pero no puedes evitar que tu corazón se acelere instantáneamente cuando percibes el brillo de los dientecillos afilados que adornan su alargado hocico. Pasa mirándote fijamente con su sistema de alerta en amarillo.

El fenómeno de respirar debajo del agua no es natural y cuesta cierto tiempo acostumbrarse. La primera inmersión es una experiencia absolutamente nueva, dependes de instrumentos y debes confiar en ellos. Ni modo, te prendes.

Fue un gringo el que bautizó como "Himalaya" el lugar que visitamos el fin de semana. El camino se ha visto seriamente afectado por las lluvias y el huracán Marty causó mucho daño en las casas donde acampamos, construídas junto a la playa. Las láminas de los techos se encontraban esparcidas por todo el lugar, incluso encima de los cerros y las paredes de tablarroca no aguantaron la furia del siniestro. Dicen los que saben que el huracán golpea con mayor fuerza las hoquedades y cañones que se forman entre los cerros junto al mar, el aire entra de frente y hace un remolino al chocar contra los cerros del fondo, luego regresa y golpea de nuevo arrancando todo lo que se atraviesa por su paso.

El sábado por la mañana llegó desde Guaymas el esperado bote y no nos escapamos del recorrido de unos 20 kilómetros por la costa rumbo al sur. Goyescas sería la palabra adecuada para definir las cicatrices que las olas van marcando sobre los riscos y acantilados que se perfilan a lo largo del recorrido, un banquete visual que se ve matizado por las parvadas de pelícanos y gaviotas girando en contorno; llegamos a Ensenada Chica, una pintoresca estación de pescadores, y pudimos observar otras playas inhóspitas y desoladas que seguramente se hincharán de turistas en cuanto cuaje el proyecto de la Escalera Náutica que ya promueve el TLC. ¡Vengan gringos, aquí están nuestras playas vírgenes esperándolos, apúrense y no olviden las cuentas de colores!

Tendimos dos chinchorros cerca de nuestro campamento, uno de tejido grande y otro menos pretensioso. Como dice American Express, la diversión no tiene precio, pero la pesca fue exigua, acaso un pargo, dos cabrillas y luego con la caña un par de barracudas, dos cochitos, algunas cabrillas y hasta ahí. Descolorida captura para tanto esfuerzo. No debo omitir que mi primo Martín sacó tres mantarrayas con el arpón a unos metros de la orilla, malditos diablillos en apariencia inofensivos pero provistos de un aguijón terrible y venenoso, dispuesto a perforar cualquier tobillo descuidado. No ayuda el clima, el calor mantiene la fauna comestible alejada de las costas, será hasta fines de mes cuando se enfríen las aguas y los peces acudan a las tibias mareas costeras. Ahí estaremos esperando con una baraja en la mano y una hielera generosa a un lado. ¿Quién se apunta?

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