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HE PERDIDO ALGUNOS AMIGOS
Tengo amigos que roban libros. Algunos escriben en blogs. Un amigo que he perdido era (o es, no lo sé de cierto), digamos, un maestro en el arte de sustraer libros de librerías de prestigio (y de otras sin prestigio alguno). Conocía el horario de comida de los dependientes y sabía con toda exactitud que la hora del almuerzo nublaba la vista y el alcance de los empleados. Era esa la hora favorita para tender su red depredadora. CM son las iniciales de este amigo que, entrañable y querido, he perdido sin remedio en el devenir de estos años, lo he extraviado como quien pierde un número telefónico o a un fantasma familiar.
Lo recuerdo con mucho afecto por su ingenio literario desembarazado de la fanfarronería académica y por su recelo de las opiniones sabihondas. Hablaba con soltura del siglo de oro español y conocía al dedillo a los novelistas de principios del siglo xx, pero no era fanfarrón, era más bien humilde a pesar de su erudición (o quizá su erudición radicaba en ser humilde).
Me dicen que actualmente encabeza un ministerio de cultura en uno de esos municipios que se connurban con Monterrey, yo que sé, y guardo la esperanza de encontrármelo.
¿Qué hora es?
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