martes, noviembre 25, 2003

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TRANSDIARIO

Eran como las 10:30 de la mañana, la vi por primera vez esa vez, se había casado hacía poco. Por esos días acababa de nacer mi primogénita y vivíamos en un segundo piso en la colonia Cuauhtémoc. Un par de días antes me asusté mucho porque mi niña padeció convulsiones febriles y eso me recordó imágenes que hubiera deseado haber olvidado, ya no, ahora ya no me asustan. Esas imágenes son las de mi mamá contorsionándose por la epilepsia que padecía. Su padecimiento venía desde la infancia y mi gran temor era que mi hija hubiese heredado la enfermedad. Pero no fue así. A veces es fácil confundir esos padecimientos, pero son cosas diferentes.

Después de que la ví por primera vez me di a la tarea de ignorarla pero después caí en cuenta de que no soy bueno ignorando cosas. Hay cosas que pasan enfrente de uno y se quedan, pero a veces, pasan cosas que se quedan en uno sin que nos demos cuenta. Nos damos cuenta después, cuando esas cosas que aparentemente eran ignoradas, permanecían atadas a nosotros de alguna manera.

No quise ser grosero con ella, pero el día que me di cuenta de que yo tampoco había pasado desapercibido a su atención, me preguntaba si ella era conciente de su situación y, de ser así, si ella había intentado dejarlo pasar, como quien incuba una duda capciosa. Esto puede parecer complicado, pero no lo es. Todo mundo sabe disimular o simular, para el caso es lo mismo. Todos sabemos fingir que no vemos ciertas cosas y las guardamos tras el espejo de la prudencia. Pero los objetos, las circunstancias y sus tentáculos cobran vida propia y nos obligan a detenernos. Y creo que este fue el caso en ambos. Pero ella no se complica la vida. Es, digamos, práctica. Existe una cierta inercia en los sucesos que nubla la voluntad y precipita las cosas. Y las cosas se precipitaron.

Así fue que ocurrió todo. Separaciones, nuevos encuentros. Dolores de cabeza, inadecuaciones. Por entonces tuvo lugar el terremoto de 1985 y eso contribuyó a que las cosas tomaran un rumbo inesperado. Jamás regresaría a la colonia Cuauhtémoc a vivir. Pero eso fue harina de otro costal.

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