lunes, marzo 28, 2005

OXIGENO CUARESMAL

La vida se había ensañado conmigo últimamente, quiero decir en los últimos años; la cosa es que no había podido disfrutar cuatro días con sus noches acampando lejos de las comodidades civilizatorias (entre ellas, este monitor). La Semana Santa rompió el hechizo pues nos largamos a un pueblo ganadero llamado Soyopa, ubicado junto la Río Yaqui, en el camino que lleva a la Sierra Madre Occidental.

Cargamos provisiones, autos equipados, casas de campaña, vinos de calibres coleccionables, cerveza en cantidades que encelarían a muchos albañiles, arreos de pesca, y mujeres, hombres y niños suficientes como para reiniciar nuevamente el ciclo de la vida. La aventura fue un fandango al aire libre, desprovisto de protocolos y frondoso en encuentros y reencuentros.

El Río Yaqui nace en la sierra que comparten Sonora y Chihuahua y va preñándose con los afluentes que recoje en su sinuosa peregrinación; corre sin descanso cientos de kilómetros hasta desembocar en el Mar de Cortés, donde acuna enormes camarones y moluscos de todos colores. El campamento se instaló a unos cuantos metros del río, frente a un cerro de piedra donde la luna permite ver por la noche el curioso perfil de cactus, choyas y mezquites.

Aunque el agua es fría en esta época del año, no hubo día que no nos diéramos un chapuzón; fuera de eso, debo decir que mi caña de pescar regresó deprimida pues, salvo algunos desabridos bagres que no me gustan ni para carnada, la lobina y la mojarra se hicieron del rogar. No obstante, ver la puesta del sol en el horizonte, donde se quiebra la cintura del río, sentado con una hielera llena de cerveza, hizo que valiera la pena llevar la caña.

En otro momento narraremos aquí las costumbres cuaresmales de los pueblos de la sierra: máscaras autóctonas, bailes rituales y viacrucis populares; devoción híbrida de culturas ancestrales empalmadas con el calendario católico que trajeron los primeros misioneros.

Para completar el cuadro, no faltaron las carreras de yeguas donde la mejor apuesta es ver la velocidad de la bestias pasando a un par de metros de nosotros, y nosotros entretenidos junto a los vaqueros del lugar que se consumían tras el ámbar de botes de cerveza interminables y gritos al "patas blancas". Un cotorreo fuera de serie.

Al regresar, el recuento de los daños: llega uno a la ciudad con ganas de tomar un par de días para descansar del descanso. Mi marciano favorito parece camarón pelado y la chica superpoderosa un pan sobretostado. Quienes escriben aquí llegaron apaleados como quien hubiera cavado su propia tumba y recibido el tiro de gracia en domingo.

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