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UNA SEMANA TRISTE
Hablaba sobre las vacaciones quizá para bloquearlo, pero la semana desde el comienzo apareció con el atuendo oscuro de la tristeza. El lunes falleció una amiga, Carmen Lizeth. No pudo esquivar la guadaña del cáncer y se fue con sus 42 años de vida, su sonrisa y su agenda inconclusa. El martes por la mañana la despedimos cantando la misa de cuerpo presente en la llamada "iglesia de piedra". Su esposo era una sombra tendida sobre el terraplen del infortunio. Había lágrimas de sus amigos por todos lados y nadie quería pensar en la cruel circunstancia en que Carmen ya no estará. Quedan hijos pequeños que duelen como botes a la deriva. No había escrito nada sobre esto quizá porque pretendía suponer que no era cierto. Pero lo es. Todos nos saludábamos en el atrio de la parroquia con un nudo de rabia frente al designio absurdo. No había mucho que decir, lugares comunes acaso, frases que hemos aprendido en los funerales. Suerte que el silencio vencía a todos y pesaba en el ambiente las ganas de correr, de huir de la última certeza. Esa que nos espera agazapada, entre la noche y el día, riendo siempre involuntaria. Adiós, Carmen, descansa un poco, luego iremos llegando.
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