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¡¡ENHORABUENA, GLENDA!!
(o lo que es lo mismo: LA EXPERIENCIA DE LA ÓPERA)
Haber llenado el teatro es sin duda un logro personal de Glenda. Su carismática sonrisa contagia un entusiasmo del que no se puede escapar fácilmente; su presencia escénica le facilita desplegar un talento histriónico y vocal capaz de cautivar a cualquier público. A ello hay que sumar un espíritu incansable que le permite por igual participar como actriz en una obra de teatro, dar clases de entrenamiento vocal, aprender el repertorio del coro universitario o preparar un demandante rol operístico.
El de anoche fue el concierto de titulación de Glenda Landavazo, quien es ahora Licenciada en Artes, opción canto, por la Universidad de Sonora. En su primera parte, el programa incluyó canciones y arias de Purcell, Glück, Bellini, Rachmaninoff, Delibes y Penella; en la segunda, selecciones del I y II actos de L'Elisir d'amore de Gaetano Donizetti, en la que la aspirante interpretó el rol de Adina, la soprano protagonista.
La menuda figura de Glenda no parece inmutarse frente al grueso y complicado libreto de esta ópera. Al contrario, su interpretación transmite una gracia natural y una simpatía arrolladora que deja en el público la impresión de que cantar ópera es un asunto sencillo, algo que evidentemente no es así y que le ha costado sufridos años de estudio.
De modo que ahí estaba su público: sus amigos, sus alumnos y sus maestros, sus compañeros teatreros, sus fans y, por supuesto, sus compañeros del Coro de la Universidad que aceptamos el regalo de compartir con ella el escenario en los divertidos fragmentos de El elíxir. Al final de la obra, cincuenta voces se unen a los solistas en una celebración musical que sublima el amor y la comedia, la risa y el gozo, el arte y la vida.
En una fiesta de aplausos, el público de pie reía y gritaba queriendo formar parte de esta noche inolvidable. Las lágrimas de Glenda terminaron por decir al público aquello que las palabras se negaron a expresar: gracias a la vida.
La ópera es una ladrona con clase. Ha robado tanto del resto de las artes, que ha logrado consolidar una vocación especial para convencer y conmover a los espectadores. Más allá de lo jocoso o dramático de un libreto, y pese a la dificultad que pudiera suponer un idioma ajeno, la puesta en escena de una ópera clásica despierta en el público una tremenda curiosidad y un entusiasmo incontenible. El rigor y el entrenamiento de los cantantes-actores e instrumentistas no pasan desapercibido para el oyente. Conforme se desenvuelve la trama, una vocecita se va rebelando en el interior del escucha como una exigencia: "¿no te gustaría ser parte de esta fiesta?”. Lo digo por experiencia, ese es el efecto de la representación operística.
Sería injusto no mencionar aquí la destacada participación de los solistas Jesús León “el Tuti”, en el papel de Nemorino (A la hora de Su Una furtiva lágrima, el público arrojó sobre su persona una lluvia de palmas); Octavio Moreno, haciendo un divertidísimo Belcore; Luis Camarena como Dulcamara; y la socia como Gianetta luciendo su hermoso timbre. El maestro Daniel Villegas sacándole jugo a los teclados y la maestra Marybel Ferrales diigiendo el barco y enderezando el timón.
Un servidor, al lado de los juerguistas Tito Amparano, Ángel Coronel y Pancho Vázquez, desempeñamos el papel de ebrios campesinos que, justo es decirlo, nos sale facilito y convincente; en completa impunidad, medio galón de un modesto Carlo Rossi fue consumido en plena escena por este hato de gargantas al amparo de sus personificaciones (la experiencia en materia de bebidas espirituosas tiene su lado amable). Bueno, fue una noche para recordar.
¡¡Felicidades Glenda!!
p.s. en Operamaníacos hay una foto de Glenda.
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