martes, abril 06, 2004

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EL ALMA BUENA DE SECHUAN

Había acabado de leer El alma buena de Sechuan, de Bertold Brecht, cuando me vi sorprendido por una serie de dudas a las que, en principio, intenté restar importancia. La propuesta de Brecht, contrario a lo que pensaba, se distancia enormemente de Jarry y de Beckett en cuanto a su espíritu experimental.

Brecht no se conforma con cuestionar los axiomas de una sociedad hipócrita y utilitaria: la sociedad burguesa que sacrifica todo en función de su dilatada moral, teñida con la manga permisiva del liberalismo. Brecht va más allá: desprende la trama del escenario y lo arroja a las butacas; cuestiona abruptamente la ideología del auditorio que concurre a su función, y arenga acerca de la participación del público para resolver la problemática de sus protagonistas. Jejeje.

En un inesperado final, el actor reclama: "Estimado público, busca tú mismo el final: ¡tiene que haber uno bueno!" . Luego plantea una segunda opción de final (otro desplante experimentalista): "Espectador, lector (por fin alguien tuvo la amabilidad de considerar a los que jamás veremos la representación de obras como ésta), si vives en una ciudad como Sechuan, ¡transfórmala, constrúyela de nuevo, antes que te devore! Ninguna felicidad grande queda sobre la Tierra sino la de ser bueno y repartir bondades."

Brecht guardaba cierto compromiso social. En Europa le tocó una época de predominio de la ideología comunista epitomizada por el stalinismo. A partir de Máximo Gorki, los soviéticos pretendieron imponer el llamado realismo socialistacomo forma de expresión artística predominante; una forma cultural "antiburguesa" oficial que reclutó a muchos creadores: entre los mexicanos, a Siqueiros y a Orozco, por ejemplo.

Brecht intentaba ser un poco más sofisticado. Rechazó la resaca doctrinaria del estalinismo y buscó una forma genuina de crítica a la moral burguesa del siglo XX. En buena medida falló. Su compañía de teatro quebró y tuvo que emigrar a Estados Unidos, el resumidero de todos los tiempos.

En la obra referida, Shen Te, la prostituta redimida, es la protagonista. Es una mujer valiente pese a la degradación que le impone un determinismo clasista. (Por mi parte, no puedo desprenderme de la idea de la María Magdalena cristiana al evocar esta imagen femenina).

No sabemos si Brecht dibuja una provincia de China o de algún país de Europa oriental. Lo que sí es seguro es que nos esté hablando de la condición humana, que es igual aquí y en China, y cambiando los nombres, bien pudiera estarse refiriendo a Francia, el Bronx o La Lagunilla. Pese a la configuración superficial, Brecht nos habla de personajes que vemos en cada esquina. Wang, por ejemplo, es el aguador que pretende ser buena persona, pero las circunstancias le obligan a adulterar volúmenes (como en cualquier gasolinera, pues).... Los Dioses le perdonan el pecadillo, pero él sabe que moralmente está condenado.

Shen Te percibe que no es feliz con su condición prostituida, y busca superar su pasado al verse favorecida por los benévolos Dioses que le dan una oportunidad. Pero sus allegados, esos cuervos hambrientos de estrechos goznes familiares, intentan aprovecharse del milagro para vivir a costa de la tabaquería que ha enderezado Shen Te.

Brecht desdobla la hipocresía de la moral burguesa, una moral que contamina a la autoridad, a los pudientes y a los parias, suponiendo que en los parámetros del capitalismo nada podrá cambiar...
Resulta paradójico que los Dioses, que huyen al final de la obra, concientes de que nada pueden hacer para transformar la realidad, consideren a Shen Te la única alma buena de Sechuan...
Pobres Dioses. Cuando Wang el aguador trató de encontrar alojamiento para los Dioses, encontró incomprensión y apatía de sus paisanos... Ni los dioses atinan a creerlo... ?Darían alojamiento Ustedes a un Dios?

Y, finalmente... ¿para que sirven los dioses?
Shen Te ha de redimir a la humanidad.... Una mujer, una exprostituta... ¿No es éste un acierto artístico grandioso de Brecht?

En la apuesta contra el realismo socialista, Brecht vence de forma apabullante. Digo, pese a su fracaso.

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