miércoles, mayo 11, 2005

EL DÍA DE MI BODA

Ramiro Canetti me lo dijo un día y ella lo pudo comprobar algún tiempo después. Si piensas dedicar tu vida a la literatura, no caigas en la tentación del matrimonio. Vas a hacer sufrir a personas que en otras circunstancias habrías amado sobremanera. Si te sientes atraído por una pareja sentimental, dile la verdad: no puedes responsabilizarte por un futuro conyugal; la vida en pareja es algo cautivador, pero está vedado para ti. Seamos sinceros, dijo Canetti aquella tarde, no tiene caso mentir por razones de ocasión o pasiones pasajeras. Sé franco y honesto, el matrimonio es una profesión y tú ya elegiste una: escribir. Piénsalo, los horarios desmedidos, el gusanillo de la inspiración, la sobrecarga de trabajo, todo es ya responsabilidad de sobra; es tu vocación, tu doctrina, tu credo.

Canetti era así, tajante. Lo criticaban por su vida anómala; sus retrasos editoriales eran frecuentes y la idea de un horario riguroso simplemente era incompatible con su personalidad. Frente a los reclamos de cualquier índole era capaz de argumentar murallas teóricas y complejos razonamientos ontológicos. Con suma facilidad podía desplegar sólidas edificios para justificar su ausencia en reuniones donde se le consideraba indispensable y salía airoso de cualquier trampa burocrática. Canetti era así.

Como un reloj despertador, el día de su boda, las palabras de Canetti comenzaron a sonar desde muy temprano. Bebió varias tazas de café negro y comenzó a revisar sus archivos más recientes en la lap-top. A las diez de la mañana tomó la decisión de renunciar a lo que parecía inevitable. Es mejor hacerlo ahora, se decía. Tomó el teléfono y habló con su madre para anunciar la ruptura del compromiso. Por el tono de su voz, la madre comprendió que no se trataba de una ligereza o de un capricho. En el fondo, eso lo pensaría ella algunas semanas después, quizá su madre tampoco estaba convencida de aquella relación.

Era necesario decírselo a él antes de que las cosas se precipitaran. Buscaba salidas de emergencia cuando sonó el teléfono. Era él. No lo pensó, se lo dijo con la franqueza que recomendaba Canetti. Él no lo creyó, se rió de lo que supuso era una broma, colgó diciendo “date prisa porque hay que estar con el fotógrafo a las dos, un beso”. Luego, él continuó como si nada con los preparativos de última hora.

Fue entonces que me llamó. El resto de la historia podría ser obvio para la mayoría, pero no todos estaban informados de los detalles, aún en el momento en que pensó en escribir esto. Los dos compartíamos los consejos de Canetti y no tuvo que gastar mucho tiempo en explicaciones. Si es tu decisión, hablaré con él, le dije. Me hice acompañar de mi esposa y llegamos hasta su departamento. Se disponía a salir de su suite cuando lo encontramos. Voy por el smoking, advirtió con una sonrisa nerviosa. Debió haber notado la contrariedad en nuestros rostros porque simplemente acertó a decir: “Entonces es en serio”. Asentimos con un gesto de resignación. Agachó la cabeza como si tratara de recordar algo, como si buscara alguna culpa que lo condenara. Se tocó los ojos y arrugó el entrecejo como si alguien hubiera muerto. Mariana lo abrazó y él comenzó a sollozar. “Tengo que verla”, dijo desconsolado. Lo disuadimos de la idea, entramos a su casa y le explicamos que ella no estaría en el departamento y que en ese momento habría salido ya de la ciudad por algún tiempo; que de veras ella lo sentía y que era mejor así. Lloró. Luego se sentó en silencio en el sofá, colocó los codos sobre los muslos y recargó la frente en sus manos. Mariana fue a la cocina a preparar café y yo permanecí a su lado sin decir nada. Después dijo “debí imaginarlo”.

Aquel fue un mal día, sin duda, como lo son muchos de los días importantes para nosotros.

Canneti no parecía manifestar duda cuando hablaba. Una semana después, el día que ella regresó, se dirigió al departamento del escritor. Te felicito por la boda, dijo Canetti. “Qué, ¿quieres hacerme creer que no sabes que no hubo tal boda?”, respondió ella con una sonrisa sarcástica. Canetti le respondió que ella ya había hecho su elección y que ahora tendría que poner a prueba su fidelidad. Ella se rió por primera vez desde el día anterior a su desistimiento. Marchó a su departamento y se puso a escribir una historia, ésta, que era la suya desde el principio.
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1 comentario:

arboltsef dijo...

Ese Canetti...

Mis respetos.

Son las 8.42 pm.