FUTBOL: CATARSIS, DUELO Y RESIGNACIÓN

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___Después del funesto partido de la eliminación, los aficionados mexicanos nos sentíamos más apachurrados que si Tiziano Ferro hubiera ofendido nuevamente nuestras proclividades pilosas y nuestros moldes eugenésicos. Al recorrer la ciudad después del partido -por cuestiones de chamba no por morbo- veía, sábado por la tarde, a grupos de jóvenes sentados en las aceras, con el balón ahí a un lado, inmóvil, tratando de aclararse qué tan enterrada había quedado la espina (los jóvenes quería aclararse, no el balón). Increíblemente, algunos autos circulaban portando banderas tricolores y sonando el claxon como si México hubiese ganado, lo que devolvía el oxígeno a mis neuronas del humor. Otros simplemente calmaron las frustraciones con levadura y espirituosos (yo entre ellos).

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___Creo que el trago no fue más amargo porque el gol de Maxi Rodríguez a fin de cuentas fue un hermoso dardo envenenado, una jugada de milagrería, una estampa bordada a mano con precisión suiza. Nada hay que demeritar salvo nuestras propias expectativas, generalmente apócrifas. No quiero ni pensar qué hubiera ocurrido si México empata y nos vamos a serie de penales, esa modalidad del fatalismo post cortesiano que llevamos siempre como una hepatitis latente (variedad C).

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___Salvo la vistosa exhibición de tae-kwon-do que protagonizaron Holanda y Portugal, los juegos de octavos de final han resultado bastante reñidos. Vendrá lo mejor y podremos observar con qué se come el futbol moderno.

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