viernes, febrero 23, 2007

TRANSDIARIO
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___No sé cuántos años me la pasé sin poder perdonar a mi padre por haberse muerto, aún me pregunto si no me faltó algo de entrenamiento en esto de perdonar. Ocurre que se fue tan temprano que no estoy seguro de haber aprobado el examen que constantemente me ponía el destino. Por entonces, mi hermano menor tenía apenas 10 años y, bueno, tú lo supondrás, no es una edad apropiada para quedarse huérfano. Por mi parte, yo tenía las maletas en la puerta y tenía mis alas y mis propios planes de vuelo. No habían pasado aún dos meses de su fallecimiento cuando me marché de casa. Ya no volví. Tenía una novia esperándome en la esquina de unos meses después. Ella también dejó sus cosas de adolescente y se largó de casa como pudo. Y ahí estaba: en la esquina de unos meses después.
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___Fue una época poco propicia para todos. Mi madre se hizo cargo de lo sustancial y con esa intuición que Dios les dio a las madres, sabía con certeza que no las tenía todas conmigo (de hecho no tenía ninguna). Hasta me enviaba dinero cuando leía entre líneas que el DF me aplastaba tanto que casi me sacaba las tripas. La idea de entrar a la UNAM a estudiar economía fue una nube gris. Había que sobrevivir y eso se convirtió en unas cuantas semanas en alta prioridad. Anduve tocando puertas para vender unas colecciones de libros que coeditaron la Secretaría de Educación Pública y el Fondo de Cultura Económica y vendí una media docena de ellas. No era para mí andar en los vagones del metro cargando libros, de modo que aquello no duró mucho. Por otra parte, el usufructo de las ventas llevaba un procedimiento que significaba esperar un par de semanas. En aquellas condiciones quince días parecían una era geológica. Llegó el día en que no hubo ni para pagar el tranvía y fue gracias a la generosidad de un viejo de Michoacán que tenía un puesto de frutas en la colonia Portales que matamos el hambre con plátanos ennegrecidos y papayas aguadas.
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___Llovía de una forma que no conocía. Brutalmente. Confieso que por las noches me apabullaban los persistentes ruidos de las ambulancias. Mientras salía el cheque de las ventas, nos deshicimos de algunos objetos que terminaron en el Nacional Monte de Piedad. Recuerdo una lámpara negra de mesa que alumbrarían mis estudios imposibles; también los anillos de graduación de la secundaria y la preparatoria, cosas menores desde luego, que ahora vienen a la memoria como estrellas fugaces.
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___Un día, armado hasta los dientes de hambre, acudí a la tienda de la esquina con un SOS en los labios. Ofrecimos a la humilde propietaria del tendajón dejar nuestros pasaportes empeñados a cambio de una ínfima despensa, un salvavidas transitorio mientras el FCE se compadeciera por expedir el cheque de las ventas de libros. Tocino, chuletas ahumadas de puerco, huevos, aceite, pan bimbo, gansitos, chiles jalapeños, queso y galletas marías es lo que recuerdo de ese fondo negro que quedaría como un tatuaje.
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___Diera mucho porque las cosas hubieran sido de otro modo, pero el pasado es inevitable y las cosas que habrían de venir después fueron como la continuación de una aventura imprevista. Por aquella época, sentía como si el destino impusiera su ritmo, un ritmo seco, arbitrario, acompasado por el ruido de la Ciudad, por el sobresalto de los ciudadanos. Por una cultura ajena que apenas comenzaba a conocer.

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___Las cosas parecían desbocarse. No era todavía el tiempo de perdonar a mi padre. Ahora lo pienso y me quedo despierto esperando la hora de acomodarme al mundo. Era la primavera de 1975.

3 comentarios:

mar adentro dijo...

Tal vez nunca llega el momento para perdonar o dejar ir a quienes nos hacen falta, sin embargo, seguimos...
Gracias por compartirte.

Manuel dijo...

Siempre al final hay algo o alguien que nos da esperanza.

Unknown dijo...

Dicen que Dios aprieta pero no ahorca. Sera cierto? La vida te da lecciones, pero ensenarte a perdonar, eso lo tiene uno que aprender por uno mismo, que no siempre es facil.Salvador