lunes, julio 14, 2003

EL RESEÑISTA INCÓGNITO
(Dizque cuento)

A la redaccción llegan diariamente muchas más cartas de lo que uno se imaginaría. La mayoría vienen dirigidas al director. La dictadura del horario hace imposible dar lectura a todas, y aunque algunas se van al cesto de la basura, la mayoría naufraga en el buzón de Eduardo Bustillos.

Bustillos es el jefe de información, además es un pararrayos de esos antiguos que evitan que la tormenta fulmine la casa y en época de sequía es atalaya de observación de los cuervos. Destaca entre sus cualidades la de saber trabajar contra el reloj, contra la tempestad y, las más de las veces, contra las orientaciones de quien ésto escribe.

Es prudente adelantar que la mayoría de las cartas son aclaraciones de toda especie. Las hay por montones reclamando a reporteros, editorialistas y columnistas el falsear hechos, nombres, fechas, ortografía y otros datos menores. No faltan las de quienes afirman no haber dicho lo que se dice que dijeron. Frecuentemente éstas rayan en la comicidad. Sobresalen también las cartas de ciudadanos inquietos que arman críticas severísimas a cuanto gobierno hay sobre la tierra, o las de quienes creen haber parido la madre de todas las ideas sobre toda problemática imaginable. De todas, pues, leo algunas. Lo hago por gusto y a veces por obligación.

No desalambraré aquí un organigrama ni aburriré con un chorizo de rutinas, paso revista a un hecho curioso que me mantuvo intrigado durante muchos años. Un hecho bastante más real de lo que pareciera.
En una ocasión Bustillos se presentó en mi despacho con algunas de las cartas que generalmente debo leer. Era temprano. Destacaba un sobre cerrado con dedicatoria: “Para el Director”, y en el remitente se leía “Reseñista”. Bustillos la puso sobre mi escritorio, encima de todo. Arqueó las cejas, me miro con un gesto de ‘sin comentarios’, se dió media vuelta y salió.
-¿Reseñista?-. Pensé mientras abría el sobre. La carta era breve:

<< Guadalajara, Jalisco. A ____ de mayo de 19___.

Sr. Armando Alduenda Robles
Director
Periódico Información
Presente.

Apreciable Señor:

Aclaro, antes que nada, que soy lector asiduo de todo. Considero su medio informativo como uno de los mejores del país. El reconocimiento otorgado a 'Información' el año pasado avala mi apreciación.
Sin embargo, lo digo con franqueza, “Tintero azul”, su inserción cultural dominguera, cojea terriblemente por la ausencia de un apartado de reseña literaria, sección que no falta en ningún diario importante del país y del mundo.
En tal virtud, y sin más consideración que mi interés por la literatura, le propongo que ponga a mi disposición una plana del suplemento donde allegaría reseñas de libros antiguos, contemporáneos y de futura publicación, a fin de guiar a sus muchos lectores, hasta donde lo permita su amable paciencia (la de ellos y la de usted), por los infinitos caminos de las letras.
De antemano le adelanto que no busco empleo. Menos aún pretendo aprovecharme de esa laguna en “Tintero Azul”.
Propongo escribir en su periódico sin goce de sueldo a reserva de que mis columnas sean de su agrado y gusten del público. Mi interés es sólo escribir y ser leído, de modo que si mis escritos tuvieren alguna utilidad adicional me daré por bien pagado. Sobre mis credenciales académicas hablarán mis propias colaboraciones.
Esperando su aprobación a mi proyecto, le reitero mi interés por sus lectores

Álvaro Gaxiola

Instintivamente busqué la última edición de “Tintero Azul”. Lo que decía Gaxiola era cierto. Encontré poemas, comentarios teatrales, una sección de yoga, otra de historia regional, fotografías curiosas y un cuento; anuncios y cartelera de arte. No había reseña de libros. Automáticamente sentí el impulso de llamar al presunto ‘reseñista’ pero tropecé con una cerca: la carta no tenía domicilio ni teléfono. Abandoné la carta en la pila de documentos que acumulo en mi escritorio y el asunto quedó como estaba.

Días después encontré en el buzón de mi casa otra carta del reseñista. Era curioso que no fuera enviada al periódico. Me dispuse a leer el contenido.
Había una escueta presentación. Aquí la transcribo:

“Sr. Director, esta es mi primera colaboración; de aparecer en la próxima edición de ‘Tintero Azul’ sabré que pasó la prueba. Alvaro Gaxiola, firmado. Anexo encontré un concienzudo comentario sobre la ‘Historia del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha’ de Cervantes. Para ahorrar palabras: la reseña resultó convincente; el estilo, cautivador y documentado, despachaba al clásico de buena manera.

Llamaba al lector a atreverse a “conocer el alma, la razón y la sinrazón del ingenioso hidalgo manchego que con la verdad de su desatino plantó en los campos de la historia la espada de la letra hispana para recreación generosa de los siglos y orgullo infinito de quienes gozamos de este idioma” .
Confieso que la reseña me sorprendió. Dos densas cuartillas exhibían estadísticas reveladoras sobre el ínfimo porcentaje de lectores que han leído completo el Quijote. y mostraba hasta una encuesta realizada en varias universidades que exhibía un estudiantado ignorante de la obra. El reseñista concluía su discurso con un alegato notable: responsabilizaba del exiguo número de lectores de la obra cervantina ¡a los propios reseñistas!, a quienes señalaba con rayos y centellas: “será sobre su conciencia que azote todo el peso de este terrible desprecio; suyo será el reino de la ignorancia que hoy se gesta al amparo de quienes, quizá como yo mismo, no supieron despertar el genio del entusiasmo en los lectores, abandonándoles a merced de la mediocridad”. El llamado era vehemente aunque el estilo despedía un aroma de libro viejo.
Aquel discurso me llevó sin escalas al primer tomo del ‘Quijote’.

Sobra decir que ‘Tintero Azul’ publicó aquello sin quitar ni poner una coma.
Tras el ‘Quijote’ aparecieron una cauda de reseñas semanales. Con entusiasmo desbordante Gaxiola recreó y criticó obras de autores como Esquilo, Rabelais, Shakespeare, Tirso de Molina, Petrarca, y de otros de renombre como Poe, Mark Twain, Pérez Galdós, Gorki, Payno, Altamirano, pasando por modernos y contemporáneos como Faulkner, Paz, García Márquez, Benedetti, Vargas Llosa, y otros tantos que no alcanzo a recordar. De Dostoievski no dejó hueso sobre hueso. Con Octavio Paz y con Fuentes fué algo más que ingrato.
Los miércoles, día en que llegaban puntualmente las reseñas de Gaxiola, bajaba al cuarto piso y deslizándome hasta el cubículo de producción de ‘Tintero Azul’, me cercioraba de que se incluyera sin mengua la página “El contar de los contares”, como bautizó a su espacio desde la segunda contribución.
Antes de que El contar de los contares cumpliera un año de edad, empezaron a llegar a la redacción elogiosos comentarios y felicitaciones a las reseñas y al reseñista. Por las cartas, me enteré de que para talleres de literatura de secundaria, preparatoria y de algunas facultades de Letras, la página de Gaxiola fue convirtiéndose en lectura obligada y hasta obligatoria. Había maestros que hacían una guía de lectura para sus alumnos a partir de las sugerencias y consejos de “El contar de lo contares”.
En una ocasión un maestro de la Preparatoria Uno envió a un grupo de escolapios a nuestro diario a fin de entrevistar a Gaxiola. Nos puso en un vericueto. Resultaba embromoso notificar a los interesados que nadie en el periódico conocía personalmente al citado reseñista. La secretaria de Bustillos alguna vez comentó haber recibido un telefonema de Gaxiola a fin de componer un error que había descubierto a posteriori en su entrega. Pero no más. Nadie podía localizar al enigmático redactor. No había disponible domicilio, teléfono ni rastro alguno. De alguna manera las reseñas llegaban al diario, pero nadie podía afirmar o negar si Gaxiola era un seudónimo, si era hombre o mujer, si era viejo o joven. No había rastro de él, excepto la puntualidad de sus entregas que siempre llegaba por mensajería privada.

En una comida con los medios informativos, con motivo de la celebración del aniversario de la ciudad, charlé sobre el asunto con el Rector de la Universidad de Guadalajara. Resultó asiduo lector de las columnas de Gaxiola; al filo de la plática, le planteé la curiosa situación que envolvía las colaboraciones de aquel tránsfuga personaje. La promesa de rastrear su expediente en los ámbitos académicos pronto se evaporó.

Comoquiera, las reseñas siguieron llegando. Al cabo del tiempo ocurrió algo notable y misterioso.
Aunque encontraba cautivadoras las maquinadas reseñas de Gaxiola, empecé a topar con relatorías de libros y autores desconocidos. No olvidé una acerca de la novela titulada “El poder de la fuerza” de Manuel de Jesús Irrueta, de nacionalidad peruana, según nos aleccionaba Gaxiola. La trama bordaba un complejo escenario de espionaje que involucraba a sectores de la inteligencia francesa con las prácticas sanguinarias de los terroristas de Sendero Luminoso, cuyo objetivo era la destrucción de la vida institucional del Perú. Era una mezcla de nacionalismo y patriotismo heróico.
Luego vino una reseña sobre un libro titulado ‘Cuentos Verdes’ de Martín Lara Velarde. Según la narración de Gaxiola, el libro abordaba el tema del ecologismo visto desde la óptica de los científicos, quienes apostaban a acabar con la contaminación desarrollando más la tecnología antes que eliminándola, como sugiere el ecologista ingenuo. Estos cuentos, señalaba Gaxiola, cuestionan la opinión prevaleciente que defiende a ultranza a la mítica ‘madre naturaleza’. Al final, cada cuento resulta ser un expediente en un juicio que se libra en Estados Unidos contra una poderosa industria de productos químicos a la que se acusa del sobrecalentamiento de la tierra.
Por más que hurgué en las librerías de la ciudad no pude hacerme de los ejemplares referidos.
De Gaxiola vinieron otras colaboraciones sobre libros desconocidos de los que no existía ni la más remota referencia. Aunque Gaxiola solía incluir la ficha bibliográfica de la obra a tratar, la búsqueda de tales ejemplares resultó infructuosa.
De modo que seguí buscando. Los libros no aparecían en los archivos de las librerías de mayor inventario, ni en sus catálogos de pedidos. Intenté localizarlos a través de un socio directivo de la Cámara de la Industria Editorial y me encontré con la novedad de que las editoras que citaba Gaxiola eran inexistentes. El asunto empezaba a oler feo y no me gustó, de modo que decidí suspender su publicación. Cinco fueron las reseñas que se acumularon sin conocer la luz. ‘El contar de los contares’, luego de un año y medio de constancia y, por qué no decirlo, de éxito, desapareció del mapa y Alvaro Gaxiola suspendió su contribución, así nomás.

II

Pasaron diez años antes de que pudiera entablar contacto otra vez con ‘el reseñista’.
Retirado ya del quehacer periodístico y renuente a abandonar mi hábito por la lectura y las librerías, un día, para mi sorpresa, encontré el título de “El poder de la fuerza”, firmado, efectivamente, por Manuel de Jesús Irrueta. Instantáneamente mi memoria vagó por las páginas de ‘Tintero Azul’ y se detuvo en la sección de Alvaro Gaxiola. Puse entre mis manos el libro y comencé a hojearlo. ¡Era la misma trama que nos había relatado Gaxiola años atrás!; el único detalle incongruente: la impresión de la primera edición era muy reciente. Lo compré y lo devoré ávidamente. Un presentimiento daba vueltas en mi cabeza.
Al cabo de algunas semanas localicé “Cuentos Verdes”, título que, como anotamos antes, también había reseñado Gaxiola, con la diferencia de que el autor no era el Martín Lara Velarde sino el mismo Manuel de Jesús Irrueta.
Abrí el expediente que un día cerró mi falta de paciencia y así se quedó, abierto y sin respuesta.
Una mañana una lacónica llamada telefónica de un amigo, socio de la Editorial Plegasus, finiquitó la añeja intriga.
-Armando, ‘Martín de Jesús Irrueta’ es el nombre de batalla de Eduardo Bustillos, tu mano derecha en el ‘Información’, ¿No me digas que no lo sabías?.-
(este es el FIN).

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