GIRA A NAVOJOA. FRAGMENTOS DE UNA EPOPEYA
Las ciudades cumplen años y las del noroeste son verdaderamente jóvenes. La de Navojoa celebra apenas sus 80. En los festejos, el ayuntamiento invitó al Coro de la Unison a presentar el programa Aires de mi Tierra que, como he mencionado, se compone de música mexicana interpretada en tres modalidades: arreglos polifónicos a capella, canto lírico con acompañamiento de piano (aquí la socia ganó colesterólicos aplausos con su interpretación de Qué lejos ando de Manuel M. Ponce) y, música bravía para coro y solistas acompañada de mariachi.
Sorprende encontrar un auditorio bien acondicionado, con buena acústica y un escenario amplísimo y mejor equipado, pero más sorprende que las autoridades municipales se hayan tomado la molestia de hospedarnos en un hotel de primera; el restaurant devolvió a los alimentos el calificativo de "sagrados" y la alberca era una invitación al relax, rodeada de tupidos bambúes y frondosos mangos cargados de fruta ("Nimodo que de verdura, Humprey").
La mesa estuvo puesta y, así, cuando hay correspondencia y buenos anfitriones, los artistas como que se inspiran; el concierto estuvo de poca. Además estuvo colorido y ambientado por la presencia del grupo Danza Mestiza, también universitarios, que sacan chispas al compás de El Jarabe Tapatío y de El Son de la Negra. El mariachi también se discutió. No quiero decir que fueron alumnos de Herp Albert, pero los tompetistas estuvieron soberbios y el resto, puestísimos a seguir la batuta de la teacher Marybel Ferrales, que es la encargada de unir voluntades, sortear caprichos y torear desafines de los 40 rugientes cantantes, es la jefa, pues.
Por su parte, el público se portó como si nos amara con locura. Al final se puso de pie a cantar con nosotros algunas de las inmortales de José Alfredo.
Lo bueno vino después del concierto. Aliviadas las tensiones y sueltos los ánimos, nos dispusimos a corroborar los rumores que se reproducían como clones: que justo enfrente del hotel había un negocio bellamente decorado con un águila negra, y que a media cuadra en dirección sur se encontraba uno más, de la coronaria competencia, situado estratégicamente; expendios les dice el vulgo. Antes de las doce de la noche, hora en que cierran operaciones esos refrigerados centros, una nube de guerreros enardecidos y sedientos caímos en el lugar acabando con las reservas de algunas marcas de bebidas y cigarros y con el hielo que quedaba. La batalla se llevó a cabo en el área de alberca donde fluían botes y botellas de todos colores y gradaciones. No contaré detalles de esa epopeya; baste decir que aún a las ocho y media de la mañana de hoy sobrevivían algunos militantes adoradores de la diosa levadura quemando sus últimos cartuchos, los ojos inyectados, el habla tropezante y la razón congelada en una de las heróicas hieleras que hacían de improvisadas barricadas.
Hoy a mediodía, de regreso a Beautyfulville, y ante la angustiosa petición de la multitud sobreviviente, el camión que tranportaba a las tropas se detuvo en una coctelería del puerto de Guaymas donde nos abalanzamos sobre los restos de varias especies marinas en peligro de extinción y de otra tantas que gozan del infructuoso beneficio de la veda.
Así concluyó ese capítulo. La música despierta el espíritu, sana enfermedades, apresta amores, diluye fronteras sociales y mortifica los penares. También ayuda a arrasar con los expendios. ¡Viva la música!
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