domingo, julio 27, 2003


LA HOLANDA DE VERMEER

Con la firma de la Paz de Westfalia en 1648, España reconoce la creación de Holanda. El tratado consolida en definitiva la unificación de las provincias del norte – de los llamados países bajos- luego de décadas de luchas intestinas, de predominio español y de anhelos liberadores. A partir de ese momento, el arte de esa región, comprendido hasta entonces en la categoría de flamenco, se identificará como propiamente holandés. En 1648, Vermeer tenía 16 años de edad y ocho años atrás había muerto P.P. Rubens.

Este acontecimiento político marcó en buena medida el futuro inmediato de los artistas holandeses, quienes en vez de ejecutar obras para la iglesia o la aristocracia europea, como seguían haciéndolo sus contemporáneos de sur, se concentraban en trabajar en formato pequeño, considerando las reducidas dimensiones de los hogares y residencias de sus clientes locales, principalmente miembros de la burguesía emergente, cuyos gusto se veían distantes de las alegorías religiosas y la fastuosa mitología grecorromana tan favorecidas por la nobleza del Viejo Continente. Adopta el arte en Holanda un sobrio y singular estilo.

Obviamente, la añeja rivalidad entre Holanda y España que duró hasta mediados del siglo XVII, dificultó la entrada de cuadros holandeses en las colecciones españolas. Firmada la paz, la tirantez continuó a lo largo de la segunda mitad del siglo, a pesar de ciertos acercamientos diplomáticos. La diferencia de gustos y culturas aseguró la reiterada ausencia del arte holandés en España. A ello atiende que, por ejemplo, en el Museo del Prado no sea posible admirar obras de Vermeer o Frans Hals, por citar a dos de sus exponentes.

Vermeer nació en Delft, ciudad que usufructuaba su estratégica ubicación entre Rotterdam y Amsterdam. Delft comparte una orografía marcada por la presencia del impredecible Mar del Norte que ha tallado milenarios acantilados y caprichosos esteros en las costas. La enorme cantidad de islas que conforman la región, contrasta con la enigmática permanencia, tierra adentro, de fríos bosques, nevadas colinas y una compleja intersección de flora y fauna. El perfume de la naturaleza en su estado más puro y la lucha por la supervivencia de la sociedad en este rincón del planeta transpira en las obras de los ambiciosos paisajistas brughelianos que generosamente parió esa región.


Paisaje Invernal, Pieter Brueghel el viejo, 1568.

Aunque se ha pretendido ubicar a Vermeer como pintor de género por excelencia, en este caso de “interiores” holandeses, su obra contiene vectores que siguen despertando el interés de expertos y legos. El manejo de personajes poco utilizados por la mayoría de sus colegas (lienzos como El geógrafo y El astrónomo), así como el hecho de tener a la mujer como protagonista indiscutible de su obra (damas comunes y corrientes como el ama de casa, la hilandera, etc., cobran una importancia que no habían tenido en la historia del arte mas que como vehículo de conceptos alegóricos o como figuras religiosas o mitológicas), reflejan la óptica artística del pintor.


El astrónomo, J. Vermeer, 1668. Muchacha con arete de perla, Vermeer, 1665.


Por otro lado, su incomparable Vista de Delft, quizá el paisaje urbano más emblemático de la Holanda del siglo XVII, nos habla de la versatilidad del color en su paleta, así como del dominio de la perspectiva esférica.

La Vista de Delft, acercamiento artístico, no topográfico, es una visión ejemplar aunque incompleta de la ciudad. El agua rodea la ciudad; la luz cobra una fuerza dirigida, con un eminente significado político: el sol se abre paso entre las nubes para iluminar expresamente la iglesia Niewuwe Kerk, en la que se encontraba desde la primera mitad del siglo la tumba de Guillermo I de Orange, un monumento de gran simbolismo nacional. (La casa de Orange gobierna a Holanda tras el tratado de 1648).


Vista de Delft, Jan Veermer, 1660-61.

A pesar de que el total de sus obras reconocidas alcanza el relativamente exiguo número de 35, Jan Vermeer es el pintor holandés más famoso, superado únicamente por Rembrandt. Aunque se conoce poco de su vida personal, se sabe que pintaba un par de cuadros por año, lo que hace suponer que, como en el caso de muchos de sus colegas pintores contemporáneos, sus ingresos complementarios provenían de otras fuentes, quizá del mercado de objetos de arte. Fue padre de 15 hijos de los cuales cuatro fallecieron a corta edad.

Vermeer murió agobiado por el peso de las deudas familiares a la edad de 43 años. Maltrecho su estado de ánimo por la situación económica, el pintor enfermó de forma imprevista y murió rápidamente.

(“Humphrey, te saliste con la tuya, volviste a tu vicio de hacer post largos e infumables”. –Vete al carajo, si no quieres leer, no leas-).

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