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LA FRAGILIDAD DA SORPRESAS
Últimamente he estado peleado con mi úlcera, o ella conmigo que es lo más cierto, de modo que la cimetidina se ha convertido en la enfermera de cabecera. Ocurre que ha habido algunos corajes fuera de programa; mi estrés se pone mánico-depresivo y mi sentido del humor se estrena en una racha egoísta. Vean por ejemplo: el domingo la batería de mi carro tomó partido por la eutanasia y con la complicidad de la alarma decidió quitarse la vida. Kaput. Cero. Esto no hubiera alterado mi sistema neuronal excepto porque decidió hacerlo a las dos de la tarde, momento en el que Beatyfulville se convierte en el horno de Satán y la temperatura (es en serio) le hace ojitos a los 45 grados centígrados. (En sus temperaturas extremas, Julio Sueco recordará que estos nomios son capaces de derretir masas encefálicas y guisar huevos con rayos solares). No diré que en ese momento me encuentro en un barrio olvidado por la civilización y que los cuates que me ayudan a empujar el auto hacia un taller cercano son individuos afectados por drogas baratas y por un destino cruel. Diré solamente que por un momento me siento desprotegido frente a lo imprevisto y, por otro lado, caigo en cuenta que esos cuates no son malas personas, sólo que nunca conocieron la oportunidad (además no son muy buenos empujando -será porque se estan quemando las manos-).
Mi hermano menor, no obstante los transtornos que supone haber tenido como icono a John Travolta en los años ochenta, es materia dispuesta cuando se trata de evitar que zozobren los principios del Evangelio. El hombre no dudó en ir en mi auxilio y llegar exactamente un minuto antes de que yo empezara a sufrir alucinaciones por la deshidratación. No tiene caso decirles cómo me odio a mí mismo por mi testarudez en contra de usar teléfono celular, el caso es que busqué una caseta telefónica para llamarlo, con tan mala suerte que... bueno, abreviando: pude encontrarlo, aprovechar sus conocimientos para desactivar la alarma, comprar una batería nueva, instalarla y, largarnos de ese barrio al que la obligación me había llevado.
No les he dicho, pero, para completar el cuadro, la socia, mi marciano favorito y la chica superpoderosa se fueron de vacaciones a los E.U. dejándome con todo el peso de un negocio frágil sobre mis espaldas, con una cartera vencida de clientes que parecen peores deudores que los países de Centroamérica y con un nivel de ventas que multiplica sus angustias por el período vacacional (que ahora atraviesa su nivel más álgido) y por cuestiones inimaginables que mortifican los mercados.
En qué parará todo esto, no lo sé, pero de seguir así las cosas, mi instinto de conservación y mis facultades escriturales entrarán en fase terminal, eso sí lo sé. Estén pendientes, en un momento dado puedo empezar a redactar textos como los de Carlos Cuauthémoc Sánchez.
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