lunes, mayo 02, 2005

SOBRE EL SIGLO DE ORO ESPAÑOL

Si aceptamos que el teatro denominado del Siglo de Oro español (1550-1650) negó los preceptos clasicistas, dominantes hasta entonces, creando un estilo propio de comedia, caracterizada entre otras cosas por su aparente superficialidad, se antoja provocadora la interrogante que nos plantea Miguel de Cervantes, gran antagonista de Lope de Vega, al acusar la obra dramática de éste y otros de “inverosimilitud, necedad, inmoralidad y ligereza”. Estas características que anota Cervantes se deben en parte a que éste fue un género que entronizó al gusto del espectador, y que compuso las obras para este público que no consideraba la tragedia clásica como propia.

De alguna manera, el dramaturgo alemán Federico Schiller proporciona una respuesta que Don Marcelino Menéndez y Pelayo no deja pasar al referirse al papel del artista en la sociedad (si debe o no dar gusto al público).

Vive con tu siglo, pero no seas hechura suya; trabaja para tus contemporáneos, pero haz lo que ellos necesiten, no los que ellos alaben. No te aventures en la peligrosa compañía de lo real, antes de haberte asegurado en tu propio corazón un círculo de naturaleza ideal. Dirígete al corazón de tus semejantes: no combatas directamente sus máximas, no condenes sus acciones; pero destierra de sus placeres lo caprichoso, lo frívolo, lo brutal, y de este modo los irás desterrando insensiblemente de sus actos, y, por último, de sus sentimientos. Multiplica en torno de ellos las formas grandes, nobles, ingeniosas, los símbolos de lo perfecto, hasta que la apariencia triunfe de la realidad, y el arte domine a la naturaleza.

Quizá la exigencia de Schiller parezca demasiado ostentosa pero es probable que Miguel de Cervantes compartiera en lo fundamental un punto de vista semejante cuando reflexionaba acerca del papel de la comedia española en su sociedad. Baso esta afirmación en la forma en que Cervantes aborda la idiosincrasia española en obras como El retablo de las maravillas, uno de sus entremeses. El público se divierte con las diabluras manipulatorias de Chanfalla y Chirinos, pero la obra va más allá de la mera diversión. La fina ironía del autor pone de manifiesto el carácter grotesco del mito de la pureza de la sangre y la honra, entre otros, y cuestiona la ideología que obviamente comparte también el espectador. Engañados por el espejismo del retablo de Chirinos y Chanfalla, todos mueren al final en un aquelarre de ceguera autoinducida. Luego de la tragedia, triunfa la engañifa de los timadores que seguirán aprovechándose de la fatal ideología que padece el pueblo español.

Pareciera que Cervantes ríe al último.
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2 comentarios:

Ministry of Silly Walks dijo...

QUE EL ESPÍRIUT DE CERVANTES NOS ACOMPAÑE (MAÑANA LLEVO A UN ALUMNO A UN CONCURSO DEL QUIJOTE)

nacho dijo...

Órale... y de qué es el concurso???
Gracias por tu comment.