viernes, diciembre 23, 2005

TRANSDIARIO
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___Se sentaba afuera del baño, un baño inglés blanco, rústico como todas las cosas que empiezan. La cortina del baño era zancona, el agua de la regadera escapaba y salpicaba todo, en tiempo de frío aquello era insoportable, como insoportable era verlo ahí, sentado y llorando. La imagen viril y omnipotente de otras épocas abría el paso ahora a la decrepitud y a la enfermedad. El corazón es una máquina que se va venciendo en varios sentidos y los médicos han aprendido de él que la traición es también un impulso de la naturaleza.
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___La mano temblorosa afeitaba su rostro de mala manera y ver las heridas en el espejo lo deprimía terriblemente. Por eso salía desconsolado del baño, se sentaba frente al patio y miraba el sauce y la enredadera de cornetas anaranjadas plácida de abejas; veía también su taxi, el Ford 1938 que lo llevó por todos los rincones de Arizona. Ahí estaba también el doctor Beraud con quien recorrió Arizona; y están sus 7 hermanos y las caballerizas del rancho de su padre; y mi abuela y sus hijos, y las enfermedades congénitas de ellos; y la bonanza de los 60s, las vacaciones en tren, los juegos de los Dodgers en Los Angeles y el guante firmado por un pelotero que ahora nadie recuerda. Todo estaba ahí ese patio, ahí, frente a su llanto y su muerte inevitable.
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___Morir, tremenda cosa.
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___Pasarán algunos meses de agonía antes de que se marche entre las sábanas blancas de su habitación. Solo.
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___Es el otoño de 1973, ahora estoy viajando en autobús para asistir a su funeral.
___Era mi abuelo materno, se llamaba Ramón.
___Ha pasado el tiempo. Ahora lo veo en el patio, junto al pelotero, lo acompaña el doctor Beraud, fiel pasajero de su taxi. Trae el guante de béisbol en su mano izquierda y ha dejado de llorar.
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