UN CUENTO DE NAVIDAD
...___Mi marciano favorito hizo una lista para Santoclós y su primera petición era ver a Santoclós en persona. Los padres solemos estar atentos a esa curiosa clase de demandas y para tal efecto nos parapetamos a la hora debida en un lugar adecuado.
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___ Pasan algunos minutos, todos los demás se precipitan al árbol de navidad para abrir regalos, pero nosotros permanecemos afuera, sentados en una barda, acechando la presencia sobrenatura y anhelada.
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___La espera parecía prolongarse y mi marciano comenzó a mostrar signos de impaciencia. Por su boca comenzaron a salir espumarajos de preguntas, cadenas de interrogantes que yo consideré legítimas en ese momento, pero que después no encontraba como responder. ¿Crees en Santoclós?, me dijo mirándome fijamente. ¡A huevo -respondí-, ¿ por qué no voy a creer?...
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_____Hubo entre nosotros un silencio bajo el cielo despejado cuando de pronto vimos una estrella fugaz. ¿Viste? me dijo. ¡A huevo, -respondí- la ví! ¿Sería Santoclós?, No creo, dije intrigado, Santoclós no volaría tan alto, no creo que sea tan arriesgado. ¿Sabes qué, decía mi marciano sin pensar ya en el resto que rompía moños y envolturas y tomaba fotografías, ¿cómo puede estar Santoclós en todos los lugares a la misma hora? Eso es fácil para él, argumenté, lo que pasa es que hay cosas fáciles que nosotros no podemos entender. Mi respuesta no era muy convincente, pero ofrecía quizá una cierta intermediedad en aquella conversación que se prolongaba a pesar de los gritos de la socia que no podía entender cómo podíamos estar alejados del bullicio y la ansiedad del momento, sin saber, la pobre, que nos encontrábamos más inmersos que nunca en las cosas más serias de la Navidad.
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_____Mi marciano parpadea porque en estos minutos se escucha el atronador sonido de los cohetes y podemos observar fuegos artificiales de bengala y una sana ausencia de automóviles. Hay momentos en que la ciudad se paraliza, y nuestros corazones, el de mi marciano y el mío, se hallan paralizados ahí sobre la barda, enmedio de las preguntas, el ambiente, los gritos de la socia y aquel cometa imprevisto.
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__¿Has visto a Fox?, le dije.
No.
Es el presidente.
Ya sé.
¿Existe?
Sí, sale en la tele.
Pero no lo has visto.
Pero sale en la tele.
Santa también sale en la tele.
Pero son anuncios... Santa es de mentiritas.
No, Fox es de mentiritas y Santa es de verdad.
Ay papá, Santoclós es un cuento.
Fox también es un cuento, Bush es un cuento, tu abuelo también es un cuento porque jamás lo conociste.
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____Se quedó serio. El alboroto seguía, los primos gritaban y de alguna forma se reclamaba que fuéramos allá, donde el árbol había repartido ya sus mejores frutos, sin nosotros que permanecíamos ajenos a ellos, no a la Navidad.
Oye, papá, ¿tú crees que es bueno creer en Santoclós?
Mira, la verdad, siempre he creído en él y nunca he dejado de hacer mi lista de deseos.
¿Y la envías al Polo Norte?
¡A huevo! ¿A dónde más?
Y, ¿te trae los regales?
Sin falta, todos los regalos, al menos siempre los encontraba la mayoría debajo del árbol de Navidad... Pero, sabes, hubo uno que no recibí...
¿Cuál?
Uno que pedí en la Navidad de 1966.
¿Qué pediste, un Game Cube?
No... pedí ver a Santoclós en persona.
¡Oh!...
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___Pedí ver a Santoclós porque tenía mucho miedo de que no existiera. Tenía miedo, ¿sabes por qué?... Porque la Navidad anterior observé que mi papá sacaba del ropero los regalos y los colocaban debajo del árbol. Fue entonces que comprobé todas mis dudas. Santoclós no existe... ¡Es mi padre quien lleva los regalos al árbol!
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Me puse muy triste y quise pensar que esa noche no había permanecido yo despierto, ese 24 de diciembre de 1966, esa noche, más allá de la medianoche, cuando papá sacó el rifle de municiones y la pelota de futbol y las pijamas de cuadros rojos y unos juegos de ropa interior que no me interesaban y que después supe que habían comprado en la tienda Aaronson Brothers de aquel pueblito de Arizona, una tienda especializada en outless, en cosas de remate, de ofertas, de especiales...
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Mi corazón es fuerte y no cree en pesadillas, ni se asusta por los descalabros políticos que lastiman médulas nacionales. Eso fue después, pero mi padre estuvo en prisión en 1967, tan sólo porque creía en la esperanza y suponía que el bien no puede ser obra sino de los que creen en ella.
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Esto ocurrió después, pero en la Navidad de 1965 observé un cometa también y estuve sentado en una barda hasta muy noche y escuché ruidos de cohetes y ví bengalas de fuegos artificiales y creí en Santoclós y deseé ver el trineo volando sobre las azoteas y me creía importante y suponía que Santa vendría a saludarme y a darme en la mano los regalos y no me importaba nada más, ni el mundo ni el resto de los niños, ni mi padre sacando los regalos del ropero a medianoche, ni mi madre sufriendo ataques de epilepsia en lo peor de mi infancia, ni mis abuelos sufriendo sus desavenencias, ni el mundo terrible de mi tío materno cercado por sus obsesiones sexuales...
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No. En aquellos momentos sensibles de la Navidad de 1965, observé la llegada de Santoclós a casa. Miré su bolsa infinita cargada de obsequios y ví cómo sacaba una bicicleta y un disfraz del Látigo Negro, y un par de pistolas con sus cartucheras y sweteres y pijamas y juegos de ropa interior de Aaronson Brothers. Fue entonces que supe que Santoclós existe. Que las listas de deseos son las únicas que van a cumplirse, a pesar de que todo el mundo intenta convencerte con sus paranoias de que Santoclós no existe.
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Cuando mi marciano se bajó de la barda, lo seguí con la mirada. Había una piñata enmedio de la calle y todos los niños hacía fila para tomar su turno, algunos de ellos tenían luces de bengala brillando. Encendí un cigarrillo mientras veía alejarse a mi marciano. Tomó su lugar en la fila mientras reía. Pensé en mis padres que murieron hace muchos años y en mi hermano ausente. ¿Cómo es posible que ellos no existan?
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Hoy es 25 de diciembre de 2005. Reescribo ahora desde la soledad de una reflexión extraviada. Una que permanece inalterada y convencida de que Santoclós existe pese a nuestras brutalidades.
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1 comentario:
Siendo las 9:31 de este lunes 26 de diciembre, recién entrado yo en los 32 añejos (sí, hoy es mi onomástico), leo en usted a ese ser nostálgico que en ocasiones muy remotas y por espacios demasiado cortos suelo ser.
De momento me es imposible explicarle el cúmulo de emociones que me embarga, no atino mas que a agradecerle este texto en el cual me veo reflejado. La paternidad es algo que lejos de ser una maldición es una bendición que de vez en cuando tiene tintes amargos, aunque dignos de ser saboreados porque a final de cuentas de eso está hecha la vida.
Reciba usted un abrazo fraterno de mi parte. Ya le mandaré el libro que le debo.
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