miércoles, junio 25, 2003

ALGUNAS PRESENTACIONES DE LIBROS PROVOCAN TUMULTOS

Leyendo un divertido post de CAS sobre los avatares en las presentaciones de libros, recordé que hace varias semanas presenté en el Instituto Sonorense de Cultura un libro sui géneris: El hombre que quería aprender , autobiografía de Justino Herrera García. Se trata de la vida de un individuo, originario de un pueblito serrano de Sonora, que, sin haber concluído la educación primaria, se convirtió en un empresario de éxito gracias a su agudo sentido común. Es un productor líder de tridipanel y block de concreto en el noroeste.

El caso es que, al parecer, los literatos terrícolas de la órbita local (también hay marcianos) pusieron un cerro de pretextos para no comprometerse en presentar el libro de don Justino por no considerarlo obra literaria. En parte tenían razón pues la señora que lo redactó es una ensalada sin aderezo. Un servidor, ente generoso por excelencia, solicitó leer el libro primero antes de aceptar. La redactora no pudo ni quiso ocultar la deliciosa ingenuidad que desbordan aquellas páginas y eso quizá es lo que salva la edición.

Junto a las biografías espeluznantes de nuestros políticos o a la banalidad capciosa de las estrellas faranduleras, la de don Justino aparece como una sensible historia de esfuerzo y trabajo cuya legitimidad se justifica ampliamente. El lenguaje llano quizá peca de coloquial y hasta de excesivo regionalismo, pero su relatoría nómada expone con fidelidad el destino de millones de familias como la de cada uno de nosotros alejada de la mitología sedentaria que profesan los libros de historia.

Un dato curioso, ¡hola!, en la presentación de este libro y contra la terrible costumbre que persigue a los literatos, la sala estaba completamente repleta, más de cien personas, familiares, amigos, prensa y televisión, daban cuenta de El hombre que quería aprender. Enmedio de la muchedumbre, Don Justino, nervioso, señalaba que ya estaba preparado para que yo, crítico literario ampliamente reconocido en el patio de mi casa, "destrozara" su ópera prima.

Por mi parte, viendo la avanzada edad del empresario, su tezón de tender un libro con un lenguaje digamos escaso y el optimismo que despertaba en toda la gente reunida esa tarde, dediqué mi intervención a felicitar su atrevimiento y a hacer notar que no se precisa ser "escritor" para relatar el entusiasmo.

Al término de la presentación hubo más de una hora de preguntas, respuestas y encendidas intervenciones del público, como no he visto en ninguna presentación "literaria". Eso me sorprendió. Vi a simples ciudadanos sin poses de ninguna especie hacer preguntas tan animosos como si comentasen algún texto de Tolstoi. Claro, eran amigos y familiares, pero de cualquier forma queda en el aire la interrogante:
¿Por qué los escritores se obstinan en apartar a la literatura del pueblo?

Otro dato relevante: en esa ocasión hubo vino y viandas decentes.

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