lunes, junio 09, 2003
LOS SUEÑOS DEL CARACOL
Se me ha dicho que no me gusta profundizar. Puede que sea cierto, sin embargo cuando lo hago me queda de manifiesto que esta actividad me lleva a terrenos incómodos. Ocurre que vivimos en un universo acicateado por la prisa, los resultados inmediatos y el culto al éxito; en tal condición, los parámetros que utilizamos para tomar decisiones, determinar nuestros actos o juzgar una disyuntiva suelen estar acotados por cierta conveniencia momentánea, por la pereza sistémica que imbuye la comodidad pequeñoburguesa y por la estrechez con que concebimos la trascendencia individual. Nuestra introspección se vuelve débil y conformista.
En ese sentido, convivimos en una cultura que, por razones que le son intrínsecas, nos va obligando a agachar la cabeza y a perder de vista el papel potencial que podemos desempeñar como individuos en todos los terrenos. A pesar de que no existe, la ineluctabilidad se levanta como un muro impenetrable y caminamos como si el sendero que llevamos estuviese ya predeterminado. Estudio, hago una carrera, busco un buen trabajo, encuentro mi pareja ideal, hago vida, llego a viejo, pido mi jubilación y ya. O sea: nacer, crecer, reproducirse y morir.
Frente a ese destino lapidario, la mejor válvula de escape suele ser la ilusión de que un golpe de suerte cambiará nuestra vida, nuestro bolsillo y nuestro futuro. O bien, el sueño de que escribiremos, pintaremos, actuaremos, o crearemos, "la gran obra de arte" que nos arrancará del montón y nos convertirá en celebridades. Así nuestro futuro estará resuelto. Sueños de un caracol. Cuando escribimos generalmente lo hacemos no buscando desentrañar la verdad o la posibilidad de su existencia, no navegamos en busca de lo sublime; lo hacemos pensando en una secreta recompensa. Desafortunadamente ese mal es una enfermedad de la cultura que fácilmente nos contagia.
Sólo en contadas ocasiones somos capaces de mirarnos al espejo y reconocernos tal y como somos: mitad perdedores-mitad exitosos. Mitad realidad-mitad sueños. Mitad carne y hueso-mitad espíritu fugaz. Sólo en contadas ocasiones tenemos la valentía de ver la realidad en su temible o prometedora dimensión y pensar en actuar en consecuencia. Esa es la razón por la que nada parece cambiar en la sociedad, porque nosotros no estamos dispuestos a modificar nuestros hábitos pasivos. ¿Quién va a ser el gobernador, quién el diputado de mi distrito? ¿Quién va a tomar las decisiones?. No lo sabemos y generalmente ni queremos saberlo.
Preferimos escapar y este monitor suele ser el pararrayos de esa tormenta inofensiva que es nuestro conformismo. ("Hey Humphrey, ¿qué te traes, andas deprimido?" -No, simplemente que es lunes-).
Nos vemos, ya es hora.
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