viernes, junio 13, 2003

HABLAMOS ENTRE AMIGOS

Hoy a las seis de la mañana llegó de improviso un viejo amigo chilango. Venía de Tijuana donde hizo escala. Teníamos casi cuatro años sin vernos. Subió de peso, yo también. Tomamos café negro y desyunamos varias horas impacientes. Los amigos se disfrutan deveras cuando la charla se vuelve un río caudaloso de remembranzas y novedades. Las frases se atropellan, las anécdotas florecen y cada segundo cuenta. Somos náufragos con un corazón de papel y venas de tinta añeja. Nuestra ausencia es un mapa de geografías pretéritas, nuestros vínculos, arpones azulosos de vestigios. Con mis amigos disfruto mucho hablar de cambios, de momentos ebrios de olvido, de risas provocadas por los chistes de otras épocas. Sus ecos permanecen y nuestros sentidos, apenas los evocan, parpadean emocionados. Sí, soy nostálgico incurable pero de los que asumen la nostalgia como un linimento útil, una venda mentolada para curar heridas recurrentes, un harapo desechable para limpiar las ventanas del recuerdo.

Cuando menos esperábamos, mi amigo y yo tropezamos con un hecho inocultable, la muerte temprana de un amigo mutuo a quien lloramos amargamente su partida inoportuna. Hablamos de la muerte, de la vida y de esas rendijas incómodas que hay enmedio de ambas. Tupimos la mesa de fotografías que sacábamos del álbum del alma y comenzamos a armar un rompecabezas generoso en piezas extravidas. Apenas agotábamos un tema y veíamos ya un tumulto esperando turno.

Qué tenacidad incansable, qué fortaleza a toda prueba, qué andamio tan macizo es posible tejer entre dos camaradas que se encuentran.
En muchos casos, la amistad es un deporte extremo que exige practicar con insistencia. A veces falla y rueda por el suelo, pero a veces permanece como letras grabadas en una lápida de mármol invencible.
Llegó por la mañana y se fue envuelto en el sopor de esta noche en que escribo. Vuelve Pepe y trae tus aventuras. Vuelve de nuevo y trae aquello que olvidamos platicarnos.

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