lunes, junio 02, 2003

LA APRECIACIÓN ESTÉTICA

Este tema siempre me ha parecido apasionante pero no es obligatorio que leas todo el post. Tómese como una contribución (en tres partes) al post de Séptimo Sentido sobre pintura.

Veo que con frecuencia, al hablar de pintura o de otras ramas del arte, se cae con facilidad en posturas relativistas que se han convertido ya en lugares comunes.

Es cierto, en cuestión de apreciación del arte la cosa no se define por un “me gusta” o “no me gusta”, pero deberíamos de proponernos, al mismo tiempo, cierto rigor respecto a esta discusión, si bien hay que ser concientes de que el rigor les asusta a algunos blogueros. En todo caso, la definición de apreciación artística comenzaría por una pregunta fundamental: ¿existe la verdad artística?, ¿existe la legitimidad en el arte?; o más simplificado: ¿Existe la verdad?

De la respuesta que demos a esta interrogante podremos partir para definir si existen principios generales que determinen la apreciación artística. Platón y otros pensadores de la Grecia clásica señalaban que el universo es finito y eso se demuestra, decían, por el hecho de que en el espacio físico sólo se pueden construir cinco sólidos regulares. Y ni modo. Dios o como ustedes deseen llamarle diseñó “la creación” de este universo con una geometría determinada que obedece ciertas leyes, y cuya dinámica es coherente consigo misma. El hombre extrae del conocimiento perfeccionado de estas leyes ciertos conceptos que en ocasiones propone como principios generales.

Hay pues leyes generales, principios generales, acción en el universo que ocurre independientemente de que nos guste o no. La mente humana puede acceder al conocimiento perfeccionado de esas leyes y principios.

El proceso evolutivo del planeta, incluyendo a la evolución humana, refleja una tendencia hacia su propio perfeccionamiento. En el curso de la historia, sin embargo, observamos que algunas sociedades se apartan de la obediencia a esas leyes y principios y, indefectiblemente, tales sociedades sucumben ante su propia incapacidad de supervivencia. Esto ha ocurrido, nos guste o no.

Una sociedad se desarrolla, es decir, ofrece mejores condiciones de vida a sus integrantes, mejor calidad de ocio y mejores oportunidades de desenvolvimiento en todos los terrenos en la medida en que eleva su productividad por individuo y distribuye eficientemente el resultado de esa productividad. Semejante progreso sólo es posible en la medida en que se incrementa el dominio sobre la ciencia y el arte. El progreso de una sociedad se mide en términos del incremento de consumo energético por familia, pero también en términos de su mejoramiento espiritual. La ciencia se encarga de la primera parte y el arte (incluyo a la religión, a la filosofía y a otras áreas de la especulación metafísica) de la segunda.

Si la ciencia se aleja del propósito antes definido, termina por convertirse en un elemento de autodestrucción. Lo mismo ocurre con el arte. Por ello, el arte y la ciencia no pueden estar desvinculados el uno de la otra. Sin ciencia, el arte desciende a formas históricamente rebasadas; sin arte, la ciencia se convierte en un guión de cine estilo Terminator.

Los períodos históricamente álgidos de la humanidad están signados igualmente por el dominio de nuevos principios científicos que por la creación de obras de arte revolucionarias.

Por ejemplo: el renacimiento italiano se caracteriza por el ejercicio de nuevos principios físicos que revolucionaron el diseño, la construcción, el manejo de materiales, lo que dio paso al desarrollo de la industria, se creó así el potencial para la expansión de la población en un nuevo nivel. Al mismo tiempo, este dominio dio lugar también al desarrollo de la perspectiva en el dibujo y la pintura, el diseño arquitectónico y la construcción, la polifonía y el desarrollo vocal e instrumental en materia de música, y la modernización de los lenguajes con la explosión concomitante en materia de teatro y literatura.

En ese sentido, la obra de arte refleja su entorno, la sociedad que le da vida. Pero el artista no es mero reflejo de su sociedad, es también aquel que expresa de forma bella la prevalencia de los principios. Arriesgando un poco podríamos denominarlo: la expresión bella de la ciencia, la expresión bella de nuevos principios.

Esto no significa que el artista va a poner en verso las tres leyes de la termodinámica o que la pintura se convierta en clase de geometría. El artista pone en juego el conocimiento especial y único que tiene del funcionamiento del universo y enarbola un propósito que le es afín: el de contribuir al ennoblecimiento del individuo y de la sociedad. En la medida en que este ejercicio es exitoso, la obra de arte se convierte en una obra de carácter universal, de forma que el sujeto de una obra como Hamlet, de una pintura de Durero, o una sinfonía de Beethoven cobra actualidad en cualquier momento histórico.

Pero esto ya se prolongó demasiado. Fin de la primera parte. Continuará. ("Humphrey, los pocos lectores que tenías han recibido con este post una bofetada definitiva". -Lo siento-).

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