lunes, junio 23, 2003

RELATO TRUNCO

Ya vine. Llegamos hace rato, ahora necesito el lunes para reponerme del fin de semana, en serio. La socia se fue desde el viernes temprano a San Carlos con los parientes que llegaron de Yuma, y yo me pude ir hasta las... Perdón, perdón, ya va mal el relato.

Empiezo de nuevo:
Cuando llegué a San Carlos (suburbio turístico del puerto de Guaymas donde algunos famosos como Stephen King, Fernando Valenzuela y Juan Gabriel tienen residencias de esas que aparecen en la serie de E! "Casas de Rricos y famosos"). Espera, espera, ¿a dónde voy?

Reempiezo:
Los atardeceres en San Carlos tienen que disfrutarse en traje de baño, sentados cómodamente en el muelle con una bebida bien helada y dispuestosa reconocer que la paleta de Van Gogh es un accidente acrílico, comparada con el espectáculo natural que .... (ya me colgué).

Voy de vuevo:
Cuando completamos las cuatro horas que habíamos convenido con el capitán de la lancha, teníamos en nuestro haber veintidós roncachos, tres pargos, un pez escorpión y cuatro cochitos de buen tamaño. Hora de largarnos, el sol llegaba de filo sobre nosotros y el hambre empezaba causar estragos entre la tripulación. Sí, el sábado fue un buen día para nuestros ánimos deportivos, pero el domingo tuvimos que soportar humillados como, a 200 metros de distancia, entre el cerro del Tetakawi (tetas de cabra) y otro llamado "el puntón", una pequeña embarcación sacaba varios pez dorado al hilo: ejemplares de unos cinco kilos. Se nos hacía agua la boca pues nosotros apenas pudimos capturar algunas macarelas, dos parguitos y varios roncachos del tamaño de las aspiraciones de rj. (Me salí).

Bueno, pues, trataré otra vez:
Cuando vayan a San Carlos, Guaymas, Sonora, no se les ocurra comer en Le Rock Restaurant; se ve el mar desde cualquier mesa, pero los platillos son raquiticos y caros. Mejor comer en La Covacha o en Los Arbolitos, a diez minutos de ahí; el marisco es de primera, los precios, semejantes, pero la atención y las raciones no dejan nada que desear. En la Bahía de Bacochibampo, situada ahí mismo, a cinco minutos de los pecios semejantes, encontrarán un hotel colonial con una alberca impecable, playa privada (esa sí pecaminosa) con sombra de palmeras y un muelle lacónico pero estratégicamente situado. Pueden nadar con snorkel, sacar caracoles y almejas o pasear en lancha por una módica suma, frente a un oleaje imperceptible. (No era esto lo que quería decir, pero sigo:)

Los camarones al mojo de ajo están mejor que los empanizados (no sé por qué regresé al restaurant). Mi marciano favorito se pasó de bronceado, la chica superpoderosa parece foco fundido. La socia se emborrachó leve y el viernes que nos apendejamos nos cerraron el expendio. Tocamos la guitarra y cantamos muy bien hasta que un público poco conocedor habló a la recepción pidiendo auxilio. Eran, creo, apenas las 12 de la noche. De todas formas ya teníamos sueño. También releí algo de Paz, aunque eso fue el domingo a mediodía antes de que nos conminaran amablemente a abandonar las habitaciones. Nosotros obedecimos con la cautela que indica que a partir de la una cobran por hora adicional. Total, son cosas del reglamento. "Niños, salgan de la alberca porque ya van a echar el cloro", puro cuento, pero eso los espanta. Ya maletas en mano y con rumbo al estacionamiento, mi marciano decía: "¿ya echaron el cloro?"... "Ya"...

También se murió don Roberto, hace dos meses. Se le paró el corazón luego de que lo operaron. No aguantó. Fue mesero del bar del hotel muchos años, pero el mar se lo llevó a tejer redes y prender anzuelos desde que en 1967 sacaron de la bahía un mero de 214.5 kilos. A mí me enseñó a fondear y a trolear allá en 1988, cuando todavía enamoraba gringas que llegaban al hotel en busca de mejores dimensiones. (Él enamoraba gringas, no yo). Era un viejo fauno con mil historias en el bolsillo y un collar de caracolillos en el cuello. La vejez lo retiró de su bote, el Yuly, y lo llevó a ese hospital donde jamás aprendieron a curar faunos. El Yuli sigue saliendo a pescar todos los días tranportando a atarantados como nosotros, sólo que ahora es César, su sobrinito de 140 kilos, quien gobierna sus destinos (los del Yuli, no los de don Roberto ni los de el propio César). Los destinos de César subyacen bajo el influjo del colesterol que cada vez maniata más su actividad ventricular, lo que no evita que el buen capitán filetee un cochito prácticamente con una mano en un minuto. (Aclaración: el cochito es un pez que extrae nutrientes comiendo lodo del fondo, de ahí su nombre; es un pez gris, feo, primitivo, como una merluza prehistórica sin escamas; con él se prepara un ceviche delicioso). El buen César, a pesar de sus 140 kilos, nos contó cómo se captura el calamar gigante, pero eso es cosa que a nadie le importa.

Y cómo ya es muy tarde e, insisto, necesito descansar el lunes, (y ya es lunes, chequen el reloj), me despido con este relato trunco (es más, así le voy a poner de título a este post).

p.d. Las gringas, que sí sabían curar faunos como don Roberto, buscaban mejores dimensiones, dije, como una alegoría que implica... bueno, qué chingados, este relato no tiene arreglo.

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