jueves, agosto 14, 2003

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TRANSDIARIO

Hoy me llegó un paquete de la Ciudad de México. No son libros. Creo que el envío despertó una ligera nostalgia que me asalta a veces. La primera vez que fuí al DF me hospedaron unos camaradas en un departamento de la colonia Condesa. Eramos muchos, por eso me cambié a una casa de asistencia ahí a unas cuadras y no se me olvida que en el patio de aquella casona colonial había una cancha de frontenis donde solíamos destruir raquetas. Motivado por la falta de capacidad en mis términos de intercambio (lana, pues), pronto cambié de aires y me fui a un departamento más modesto en la colonia Portales. El extinguido tranvía pasaba por la esquina, y la estación Ermita del metro está a tres cuadras del lugar. Pero estas ventajas en materia de transporte no compensaban las desventajas que no eran pocas. Si alguna vez he sufrido escasez, apremio y soledad, ha sido sin duda esa aquella época de 1975 en que viví en la Portales. Menguar el infortunio era tarea que encomendábamos a la tendera de la esquina de la calle Rumanía quien nos fiaba una despensa pequeña pero cargada de supervivencia (dejábamos los pasaportes en garantía). Hubo días en que no tuve ni los 60 centavos que cobraba el tranvía y comíamos acaso algunas frutas que el propietario de una frutería de por ahí amablemente nos convidaba. No digo que esas frutas estuviesen malas, simplemente un poco pasadas y con alguno que otro huevecillo de insectos amistosos. Aunque hice el esfuerzo por vender ciertas enciclopedias, no me libré de visitar el Monte de Piedad en algunas ocasiones; ahí dejé abandonada una lámpara de cuello móvil que era ideal para leer (para leer yo, no la lámpara) y otros objetos que no quiero recordar porque luego lloro. Jajajajaja, no es cierto, dejé empeñado mi anillo de graduación de secundaria, unos relojitos y otras joyitas de cargado valor sentimental que me dieron para comer unos días. Mi padre había fallecido meses atrás y mi madre se tardó en percatarse de que los hijos necesitan cierta aviada para menear las alitas sin precipitarse; así que durante seis meses pagó los 700 pesos que costaba el citado departamento de la Portales. Mi socia en aquella época estuvo a punto de mandar todo a la goma (yo incluido) y regresarse a su lugar de origen, pero le ganaba cierto sentimiento de solidaridad (algunas personas también le llaman amor) y no se animó. La suerte cambió un día en que hice un exámen sobre contabilidad en una importante empresa paraestatal de acopio y venta de pescados y mariscos a fin de emplearme como administardor de una sucursal. Como había cursado con cierto éxito el bachillerato en ciencias administrativas y económicas se justificaba el haber obtenido la calificación de cien en tal examen. Pero no fue por eso, sino porque un camarada me pasó el examen con las respuestas correctas una vez que fue reprobado y rechazado. Entré por la puerta grande y ahí laboré casi 4 años. Además de que pudimos cambiarnos a un departamento más espacioso en la nada despreciable colonia Nápoles, tres cuadras atrás del Polyforum Siqueiros, mejoró nuestro nivel de vida y, en mi caso, podía comer mariscos prácticamente a diario (y gratis). Compramos muebles y aparatos eléctricos, decoramos el depto y gozábamos de cierta holgura pues mi socia también percibía ingresos ya que pudo colocarse en una tienda que vendía trajes de caballero. No podría atribuirlo solamente al consumo de marisco pero al poco tiempo la socia resultó embarazada. Cosas que pasan. Luego le sigo.

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