EN DEFENSA DE HERMANN KAFKA
Releyendo la Carta al Padre se me presentan una serie de conjeturas respecto a la autenticidad de ese escrito, tal como lo conocemos, en virtud de una serie de falacias de composición que encuentro en su redacción. Al mismo tiempo, el texto de F. Kafka despierta una serie de hipótesis acerca de la verdadera intención de su autor, especialmente porque ambiguamente se negó a que su destinatario, Hermann Kafka, la conociese.
Considerando la complicada serie de relaciones que Kafka nos presenta al hablar de su familia, no es de extrañar que muchos críticos freudianos encuentren en la Carta un terreno idóneo para desplegar ciertas teorías psicoanalíticas. Desconfío de la simplicidad de tales análisis y considero que la Carta debe estudiarse a la luz del estilo Kafka, tan inclinado a confundir y proponer en sus relatos y novelas de forma deliberada, una estudiada mezcla de ficción y realidad.
No hay duda de que Kafka poseía una capacidad especial para profundizar en temas que eran de su interés y resulta pueril aceptar que la Carta, plagada de contradicciones de carácter, tuviese como fin último el cuestionar el autoritarismo de su padre y/o dejar constancia de la ambivalente relación sentimental con su progenitor. Por ejemplo, Kafka no era ajeno a las adversas circunstancias que privaron la infancia de Hermann. Los pies descalzos de Hermann en medio de un invierno mortificante, la ausencia de la educación elemental y el brutal empellón hacia el trabajo infantil para sobrevivir, eran asunto de sobremesa en la familia. El hecho de que Hermann hubiese procurado abrirse paso frente a la adversidad y nuclear una familia con aspiraciones de mejoramiento a partir de la nada, son aspectos que prevalecen como fantasmas en la vida familiar de los Kafka. Hermann Kafka era un individuo tan autoritario como cualquier padre del siglo XIX, sin embargo, Franz no desconocía el hecho de que su padre se volvía un obstinado ante el temor a recaer en la pobreza que sufrió siendo niño. Es de suponer que Franz sabía que su padre evitaría a toda costa que sus hijos padecieran aquel calvario.
Pese a estos elementos, la Carta ha jugado un importante papel para anatemizar la figura de Hermann Kafka y hacer de él un epítome monolítico del autoritarismo. De cierta manera, la Carta era una especie de carta de negociación frente a su madre, verdadero eje de la vida familiar, quien, como Kafka mismo debió suponerlo, se encargó de que la Carta no fuese leída por su esposo. No olvidemos que Hermann Kafka, un judío “trepador”, difícilmente pudiera haberse labrado una posición como la que alcanzó sin el apoyo de su esposa Julie Lory, cuya familia, también judía, contribuyó a que los Kafka elevaran su posición económica y social.
No es casual que en la carta se respire una cierta incongruencia de composición; no es que estuviese mal escrita, sino que los razonamientos aparentemente agudos de Franz son en realidad formas de expresión deliberadamente fabricadas para lograr el efecto final de un reclamo vengativo, justificable o no. Por ejemplo, las razones de Hermann Kafka para oponerse al matrimonio de su hijo gravemente enfermo son plenamente comprensibles, aunque Franz hiciera berrinche por ese hecho.
El carácter de un individuo puede ser marcado por la actitud autoritaria o irracional de un adulto, sin embargo, la capacidad de análisis y el sustrato de estudiado edipismo que en general transpira la Carta, se colocan muy por encima de la actitud quebradiza que supone. Encuentro una contradicción constante, si bien entre líneas, entre lo que el escritor piensa y calcula, y la actitud de culpa y exoneración que ambiguamente asume frente a la figura paterna.
Franz Kafka, como él mismo reitera, era un individuo inadaptado; muchos son los factores alrededor de esta anomalía: políticos, raciales, sociales y familiares. La compleja circunstancia que guarda el Imperio Austrohúngaro a fines del siglo XIX y, particularmente, el intrincado amasijo que presentan checos, judíos y alemanes conviviendo y compitiendo en Europa del Este (Praga en particular), son asunto que no viene al caso deshilar aquí por el momento pero que hay que conocer. Kafka reconoce la débil naturaleza que le era propia quizá desde su nacimiento y, de diversas formas, se obstina en sobre valorar aquella condición. Esta posición era un evidente mecanismo de defensa frente a la degradada autoestima que supone en muchos de sus escritos privados.
No existe espacio para sugerir que Kafka hubiera deseado que la Carta, su correspondencia privada o su diario, fuesen del conocimiento público, y menos que fuesen publicados como textos. En algunos casos ordenó su destrucción pues nada tenían que ver con sus propósitos literarios. El valor historiográfico que puede encontrarse en tales documentos, exige drenar el marcado subjetivismo que permea en todos ellos. No necesariamente todo lo que Kafka escribió era lo que él mismo pensaba realmente, muchos de sus razonamientos buscan crear un efecto preconcebido. (“Ya párale Humprey, hasta tú te vas a dormir con todo este rollo”... –Bueno, tranquilo pues: CONTINUARÁ-).
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