lunes, mayo 22, 2006

LA CIGARRERA DORADA
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Llevaban ahí cerca de una hora. Le preguntó a si Ernesto Sábato era un escritor pesimista aunque, dijo el propio interrogador, "quizá eso no es importante". Canetti lo vio de soslayo torciendo el bigote y pidió otro wiskey antes de responder; echó mano a la bolsa y extrajo una cigarrera de metal dorado, plana y con un pequeño picaporte que al accionarse la destapaba dejando los cigarrillos al descubierto por el lado del filtro. Sonrió antes de decir que Sábato era un escritor pesimista pero que eso no decía gran cosa pues, agregaba, todos los argentinos son pesimistas por naturaleza.
-Habrás leído El túnel -increpó Canetti mientras meneaba los hielos de su vaso con el dedo índice.
-Este... sí, aunque de eso ya hace buen tiempo -respondió el interrogador, un hombre maduro de unos 45 años que usaba lentes de aro metálico redondo y lucía una incipiente barba aterciopelada.
-Mira, has de recordar la escena en que Castel imagina incendiar el depósito de cartas de la oficina de correos, ¿lo recuerdas? -preguntó Canetti con tono incisivo.
-Creo recordarlo -respondió.
-Bueno, Castel imaginaba cosas terribles porque era un tipo iracundo. Es un argentino, un tipo dispuesto a pensar lo peor en la peor circunstancia. Asesina a la única mujer que pudo entender su pintura, porque te acordarás que Castel era pintor.
Canetti sacó un cigarrillo y colocó el estuche metálico sobre la mesa, tomó la cajita de fósforos que estaba encima del cenicero y encendió un Benson & Hedges. Una densa nube de humo se interpuso entre los dos hombres.
Edmundo Salas, el entrevistador se mesó la barba con la palma de la mano mirando fíjamente el rostro de su entrevistado. -Sí, era pintor, lo recuerdo, y mató a la mujer y luego lo encerraron, ¿no? -dijo parcamente.
-Así es, lo encerraron en un manicomio... porque el suyo no fue un asesinato común. Castel poseía una inteligencia sobresaliente, como todas las creaturas de Sábato... Sábato no cree en la estupidez humana, salvo porque la guerra y otras aberraciones hacen titubear a los pensadores. Pero en el fondo Sábato tenía un enorme sentido de esperanza. Por eso escribió El túnel; se dio el lujo de colocar en la misma báscula el desequilibrio humano y una poderosa capacidad de razocinio... Pero la razón en una mente desequilibrada acaba por destruirse.
Canetti apuró el trago de licor, dió un jalón al cigarrillo y observó las diminutas manchas oscuras que se formaban en el filtro de su cigarrillo. Abrió su mano izquierda, sacudió el cigarrillo y depositó la ceniza en ella, luego cerró el puño y lo abrió nuevamente, sopló la ceniza creando un fino polvo que se volatizaba en infinitas particulas iluminadas por la tenue iluminación de la lámpara asida a la pared.
Esa operación, que duró unos cuantos segundos, era contemplada en silencio por Salas.
-Sábato estudió física en París, era un informado de los descubrimientos radioactivos, de la teoría que hizo posible la bomba atómica y no soportó que toda esa teoría fuese utilizada para destruir Europa. No pudo soportarlo y terminó por dejar sus clases en Buenos Aires. Luego se dedicó a escribir.
Canetti hablaba pausadamente pero sus aseveraciones parecían un monólogo que no desea respuestas. Así lo entendía Salas quien permanecía a la expectativa, pendiente de que la grabadora captara todo cuanto ahora escuchaba.
El escritor absorbió una bocanada de humo y volvió a ejecutar la rutina de la ceniza. -Es curioso -advirtió como si se hablara a sí mismo-, pero Sábato sostenía que en la vida tienen lugar tres o cuartro grandes crisis y que todo individuo pasa por eso; que las grandes novelas abordan estas crisis.
-Tiene sentido -dijo Salas.
-Sí señor -respondió Canetti al instante y modulando un tono enérgico a su voz- todos pasamos por esas crisis.
Canetti dio por concluida la entrevista. Guardó la caja de fósforos, sonrió y se despidió cortésmente. Salas conocía bien al escritor y aquella imprevista despedida no lo sorprendía.
El mesero se presentó enseguida. Traía la cuenta. Salas apagó la grabadora, sacó un billete y lo puso sobre la mesa. Abandonó el bar y se dirigió al estacionamiento. Recargado sobre el auto de Salas estaba Canetti. Salas se sorprendió al verlo.
-Olvidé decirte -dijo Canetti- que Sábato odiaba las entrevistas, eso es importante.
Luego se marchó. Salas lo dejó ir, de todas formas ya había conseguido suficiente.

1 comentario:

Pablo Aldaco dijo...

Nacho: ¿tienes messenger?, quiero preguntarte algo, me interesa, acerca de esto de los blogs. Ojalá puedas contestarme.