viernes, mayo 05, 2006

LETRAS ENFERMAS
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___Me agencié una gripe señorial. En el transcurso del día he estornudado suficiente para imponer un récord Guinnes. Les dije a mis compañeros en clase que se abstuvieran de estar diciendo salud cada vez que me escucharan, que yo se los agradecía pero que no tenía caso estar interrumpiendo la clase con esas cortesías.
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___Desde temprano comencé a sentir que las pilas del mundo estaban bajas y que el volumen de quienes estaban a mi alrededor había disminuido. Figuraciones. Eran mis duracel las que andaban mal y los síntomas a las dos de la tarde eran ya irrefutables. Opté por apagar los motores principales y dejé descender la nave en automático. Cuando concluyó esta operación, estaba ya en mi cama quedándome dormido, la nariz tapada y merodeando por ahí un fuerte deseo de estar en la Cámara de Diputados o, al menos, escuchando una conferencia de Sergio Sarmiento como antesala de un sueño profundo. Comprobé que el mero hecho de pensar en tales visiones me llevó a dormir por espacio de hora y media. Debo haberme sentido muy mal en ese momento, lo pienso ahora, pues dejé pasar desapercibido las chuletas de puerco en salsa de piña que me llamaban a gritos desde la cocina; tampoco escuché los ruegos de la crema de elote y menos aún el llamado de la ensalada.
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___Dormí y soñe cosas tan confusas como el cuento “La cena” de Alfonso Reyes (imaginen mi estado) y de alguna manera aquello fue recuperador. Aunque desperté con la sintomatología de la gripe aviar, el descanso me hizo ver las cosas de otra manera (luego me percaté de que veía las cosas de otra menera porque no traía los lentes). Bueno, en realidad desperté porque el perro ladraba sin cesar; me encontraba solo en casa, todos se habían marchado ya a sus habituales aficiones y me dirigí a averiguar la causa de los insistentes ladridos. Me llevé una sorpresa que terminó por borrar todo residuo de modorra: el tinaco se derramaba como una cascada y el perro ladraba de felicidad bajo la involuntaria cascada que caía del techo. Puta madre, dije y fui a cerrar la llave de paso. Aquello me puso de mal humor, cosa frecuente en alguien que finge vivir en un mundo ideal donde las anomalías no debieran existir. Error, porque en realidad vivimos un mundo de anomalías donde lo ideal no existe sino en las clases de filosofía.
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___Para entonces, las chuletas de puerco habían quedado afónicas de tanto grito y exhalaban tenuemente su olorcillo característico, los ruegos de la crema de elote habían naufragado entre los grumos que aparecen cuando las cosas se enfrían y el llamado de la ensalada había sido acallado por una mosca que se sentía parte del elenco. Tuve que matarla. Puta madre, volví a decir. Era hora de que entrara en funciones el microondas y enderezara todo aquello. Cuando terminé de comer confirmé por el periódico que el partido Guadalajara-Jaguares estaba a punto de comenzar. Puta madre, dije por tercera vez pensando que tenía que irme a trabajar. Me sentía mal, pero, comparado con las contusiones craneoencefálicas que exhibía la mosca después de que hube descargado sobre su insectidad la escasa pero suficiente furia que me permitía la enfermedad, era yo un titán mitológico. Un par de horas más tarde, cuando había ya recorrido media ciudad manejando, visitando clientes, ajustando cuentas y estornudando como elefante oligofrénico, me dolían partes crecientes de mi sistema muscular, óseo y parasimpático, lo que reducía ipso facto la calidad de titán mitológico a mero ciudadano prototipo hostigado por virus mundanos, dolencias de la edad y deudas bancarias. La idea de ser un ciudadano prototipo agravaba más aquella condición.
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___Sin saber exactamente cómo, me encontraba ya de regreso en casa deseando entrar en un estado de hibernación prolongado. Chivas perdía 3-2 y el Estadio Jalisco era una funeraria concurrida. Algo confuso experimenté en ese momento: sentí ganas irrefrenables de presenciar crímenes, secuestros y tragedias, de modo que era el estado de ánimo idóneo para ver el noticiero de Joaquín López Dóriga que, hay que reconocércelo, hoy venía cargado de maldades: en Atenco volaban cohetes, molotovs y gases lacrimógenos; un ejército de imitadores de Darte Vader cebaba sus macanas contra individuos que ayer afilaban sus machetes sobre el pavimento. Testículos pateados, caras ensangrentadas, policías inconcientes (noqueados, quiero decir), ciudadanos rabiosos, doscientos detenidos y un menor de edad muerto, era el saldo del día.
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___No dije nada porque sabía que aún faltaba lo peor: el reporte de las campañas políticas. Hastiado del espectáculo noticioso, me levante de aquella teleexpectación y fui a ver si había sobrevivido alguna chuleta de puerco. Junto al bote de la basura el cuerpo exánime de la mosca era desmantelado por un hilillo de hormigas diminutas que se disponía a llevarse su presa. Puta madre, dije por cuarta ocasión. ¿Y a éstas quién las invito? Nadie, me respondí. Pues a chingar a su madre, tomé la escoba y barrí con aquel banquete. No deseo que se corra la voz de que en mi cocina se consiguen moscas gratis.
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___Bien, no quiero hacer el cuento largo, quedaba una chuleta. La devoré sin calentar y me la pasé con un poco de Squirt. Eso me dio la fuerza suficiente para venir a torturarte con estas líneas que, te habrás dado cuenta, no llevan a ninguna parte. Disculpa, es parte de la sintomatología que traigo. Sigo estornudando.
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1 comentario:

nacho dijo...

Gracias por sus comentarios... reconforta que intercambiemos impresiones, imágenes y palabras por aquí... nos vemos en otras letras...

saludos.