jueves, septiembre 22, 2005

JERIGONZA DEL PERDÓN
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___De haber sido César, general o cónsul romanos, muchos cristianos hubieran salvado el pellejo, incluso cantidades perturbadoras de fenicios, egipcios y griegos se hubieran librado de ser pasados a cuchillo y, más aún, muchos adversarios romanos habrían conservado la vida. En tal circunstancia, quizá la Cruz no sería el símbolo contundente que es hoy, Roma no hubiera extendido sus límites hasta Inglaterra, el Coliseo no habría sido sino un estadio de competencias escolares y nunca se hubiera consolidado el Imperio tanto tiempo. Tiemblo de pensar que hubiera alterado negativamente el curso de la historia. Por ejemplo: películas como Gladiador jamás hubieran llegado a la pantalla y en México quizá nos persignaríamos haciendo una estrella de seis picos.
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___La cosa es que tiendo a perdonar. Perdono agravios, traiciones, desprecios, cachetadas, zancadillas y sacadas de lengua; perdono incluso a quienes escriben muy feo -sin reparar en la morfología de su sexo ni en sus preferencias-. Jamás hubiera podido incubar un odio ranchero tan enfermizo como el de Nerón ni habría abrigado la estupidez intrínseca de Gralio, con lo que quiero simplemente decir que lo de César nomás no se me da.
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___Hay algo, sin embargo, que no puedo perdonar jamás: la cena. Eso sí no, y aunque, después de múltiples campañas publicitarias del Sector Salud en favor de sistemas tan encontrados como el digestivo y el circulatorio (y aún el nervioso central), los cenadores compulsivos tendemos a convertirnos en una subespecie en peligro de extinción. No hay, pues, poder humano que pueda persuadirme de ir a la cama sin cenar (un plato de lechuga con apio y tomatito de ninguna manera es una cena, no quieran engañarse).
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___Escribo esto mientras disfruto un delicioso fetuccini Alfredo decorado con singulares ramitas y aderezado por discretas gotas de vinagre(*) y aceite de oliva. La única inconveniencia es que no puedo disponer de un generoso tinto que está giuñándome el ojo desde su hamaca de madera, ya que sigo al pie de la letra las indicaciones del médico que me condenan a la más tortuosa sobriedad. Atento a esas instrucciones, mi rodilla castigada por los cristales del ácido úrico vuelve a flexionarse con normalidad y el dolor casi desaparece.
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___No sé por qué estoy rumiando estas digresiones, espero que ustedes me perdonen
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___(*) En otras ocasiones he sostenido que el vinagre ideal para aderezar comidas italianas es el de Módena, una variedad que importamos y que puede encontrarse a precio razonable en cualquier supermercado. No está demás señalar que no todo lo que produce Italia es de mi agrado, están por ejemplo las falditas que pusieron de moda los generales romanos, así como también las sábanas que utilizaban césares y senadores. Como que no me sientan bien.
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___Pido disculpas a mi amigo Carlos Pacheco por no saber hacer posts breves.
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___¿Qué hora es?
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1 comentario:

Carlos Mal dijo...

No sabía que fueras un sibarita, para el vinagre, los vinos y la comida. Qué cool. Yo quiero ser sibarita cuando sea grande también. Por ahora tengo que conformarme con el fetuchini Alfredo de Microondas y mis favoritos, los ravioli de microondas con soda de lata.

:(

sniff!