martes, septiembre 13, 2005

¡QUÉ COMPARACIÓN!

Las cosas vuelven a su cauce: hoy hice una exposición sobre Literatura Comparada... me sentía confiado, pero con la pila baja. A principios del siglo XX, Baldensperger y Van Tieghem, de la escuela comparatista francesa, estaban muy obstinados con la perspectiva de sumar y compartir literaturas nacionales, pero las guerras mundiales dejaron mal parado al nacionalismo europeo. Tomaron la perspectiva de investigar y analizar las llamadas influencias (Petrarca en Garcilaso, Goethe en Francia, etcétera), aunque eso también tiene sus límites. Los estadounidenses (es decir la curiosa mezcla de intelectuales y literatos europeos que emigraron a EU antes y después de la I Guerra Mundial) hicieron su propia escuela, más enfocados a discutir los aspectos supranacionales: temas, estilos, géneros. El emigrado es un supranacional por excelencia.
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Como sea, las dos escuelas comparatistas predominantes han hecho aportaciones interesantes.
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Tema aparte, los intermediarios de las literaturas: los traductores, en primer término, luego los críticos y después los propios escritores que emigran de patria o de lengua (Joseph Conrad, Franz Kafka, los exiliados españoles en México, etcétera). En esta cuestión, a mí me llama mucho la atención la traducción de la obra de E. A. Poe al francés que hizo Baudelaire cuando la literatura estadounidense era incipiente, sin duda algo de lo más influyente para la historia de la literatura que hizo el autor de El Albatros.
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¿Intermediarios? Entre 1890 y 1900 se publicaron más de 200 revistas literarias en Francia, ¿eh?, de todos calibres, tendencias y colores. La mayoría desaparecían pronto, porque esa especie tiene una vida breve como las moscas, a menos claro que dichos magazines subsistan al amparo del poder.
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Y hubo más cosas acerca del poder del crítico, ese necesario componente sanitario de la literatura, pero se está apagando la vela y vamos a quedarnos a oscuras. Ya nos ocuparemos de él. Por lo pronto, les informo que no se metan a mi casa sin avisar pues ya tengo alarma (llamen antes).
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3 comentarios:

Santiago dijo...

Kafka no emigró demasiado, en sus días Praga era parte del imperio austrohúngaro, que hablaba alemán. La literatura en checo empezaba más o menos al mismo tiempo, pero era una cosa nacionalista y radical. Y como el Franz odiaba su ciudad, no era de esperarse que se pusiera nacionalista. Aparte del comentario mamila y trasnochado, un saludo

nacho dijo...

Santiago: De acuerdo contigo, digamos que Kafka es resultado de la emigración, del mestizaje; el alemán le viene como lengua materna, es decir, literalmente por su mamá, aunque en su barrio natal se hablara mayormente el checo. En esas circunstancias la noción de frontera y de nación es una burbuja de jabón.
Podríamos decir que la de Kafka es una literatura que refleja una identidad desplazada, desclasada y multilingüísta.
Saludos.

nacho dijo...

Viéndolo con microscopio, no era que Franz tuviera un odio a su ciudad, en todo caso, tenía animadversión por las circunstancias oprimentes que le eran impuestas a Praga (y a Europa en general), la división de "barrios" étnicamente determinados, el chovinismo clínico de alemanes y judíos, el trato desigual de las autoridades, etcétera.
Especialmente a partir del siglo XIX, Europa vive de una forma enfermiza el nacionalismo, tiene lugar una modalidad infantil de identidad que se reconoce a sí misma negando al resto y el extremo es el nacionalsocialismo fascista. El jardín de la identidad nacional entendida como la tumba de "el otro".
Saludos.