DISLEXIA DE SÁBADO POR LA NOCHE
.___Atado de pies y manos, vendados los ojos y engañado con voces melosas y falsos discursos, fui llevado anoche a la feria de juegos mecánicos. Varios factores se conjugaron para que las cosas se presentaran como ocurrieron; en primer lugar, mi voluntad, después de ingerir seis latas de cerveza, tiende a desactivar los sensores de alerta y cae en un estado de indefensión muy semejante a la que ha exhibido la defensa de los Pumas de la UNAM en la Copa Toyota Libertadores; en segundo término, con motivo de la semana santa, la feria se instaló junto a la parroquia de mi colonia, a unos 80 metros de donde estoy escribiendo (en toda circunstancia, caminar más de cien metros es para mi código relativista y mi concepción holista de la vida una virtual pérdida de tiempo); tercero, mi marciano favorito había organizado con premeditación y ventaja a sus primos para arrastrarme a aquella aventura, manejando astutamente un argumento que yo no podía soslayar: que en la feria vendían pozole.
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___No recuerdo con exactitud cuántos años han pasado desde la última vez que acudí a un parque de diversiones; fue, si mi Alzehimer no me traiciona, un día entero en Six Flag Mountain de Los Angeles, donde por cierto experimenté lo que sienten los plátanos cuando son echados a la licuadora. Lo que sí recuerdo es que en ese momento los Pumas eran un equipo temible y se disponían a barrer con todos en la liguilla (cosa que por cierto no ocurrió, aunque su actuación dejó en la afición un buen sabor de boca -semejante al que dejan la laminillas trasparentes que fabrica Listerine para mejorar el aliento y que al principio sientes como si te hubieras echado a la boca un fósforo prendido, sabor quemante que poco a poco va sosegándose hasta que se alcanza un equilibrio deseable entre el placer y la ansiedad (*)-).
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Mi marciano y compañía no son el tipo de escolapios dóciles que se conforman en las ferias con lanzar dardos, disparar con rifle de municiones y comprar churros. No. Escogen aquellos juegos que mejor atenten contra las leyes de la gravedad; yo por ejemplo me sentí bastante grave cuando descendí de un aparato llamado Torbellino. Digo "cuando descendí" porque mientras me encontraba arriba girando con una fuerza centrífuga que estaba a punto de separar mis neuronas de su masa encefálica -con todo y dendritas-, pensando que cerveza y juegos mecánicos son antónimos que bien pude haber utilizado como ejemplo en el último examen de Semántica I, me invadía una singular suerte de euforia que anulaba toda voluntad.
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___"Atracciones Azteca" es una modesta empresa itinerante en la que quienes conducen los camiones de carga, arman los juegos mecánicos, cobran los boletos y accionan las palancas de la diversión, son los mismos sujetos. Además del carrusel y los carritos chocones, instalan una cosa que nombran Remolino chino, un contrasentido sin duda porque las imágenes que aparecen en las canastillas y alrededor del artefacto son gruesas representaciones de Caballeros Tigre, Popocatépetles, Cuauhtémoques y Malinches. Lo cierto es que una vez arriba, ajustada la varilla de protección y encomendados a San Martín de Porres, aquello es un atentado contra la circulación de la sangre, una prueba de fuego contra el deseable funcionamiento del píloro y el cardias, y una emulación visual semejante a la que produce el consumo de LSD en ayunas. Bajé del aparato dudando de las leyes de Kepler -especialmente de aquella donde aparece el término "inversamente proporcional"- y preguntándome qué demonios hacía yo ahí.
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___ Antes que de acudiera a mí alguna explicación a esta interrogante, me encontraba sujeto ya a un cinturón de eslabones sobre el incómodo asiento de algo llamado Trabant. Esta curiosa modalidad de tornado portátil es una variante de lo que en mi infancia conocía como La corona; consta de un carrusel que gira en torno a un eje móvil que se bambolea abruptamente a voluntad de un tipo que desde la consola de control se divierte produciendo vómitos. El tipo de vértigo que experimentas se multiplica porque las luces se apagan y se encienden de forma intermitente y te sientes en el corazón del célebre concierto de Woodstock después de haber ingerido una colección de pastillas de colores que amablemente obsequiaron los organizadores (de Woodstock, no de la feria). Dicen que bajé lívido de aquella pesadilla, lo único que recuerdo es que mi Aleph mental recorrían sin querer las páginas de "Un descenso al Maelström" que escribiera Edgar A. Poe una tarde depresiva.
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___No viene al caso abundar, simplemente diré que de no haber sido por el mítico pozole que devoré al término de ese calvario, mi humanidad hubiera hecho corto circuito. Según palabras de mi marciano, mi comportamiento en medio de la proclamada diversión había sido "equis". No objeté nada porque la equis siempre me ha parecido una de las letras más versátiles.
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___Desde la paz del domingo relato mi última experiencia corporal con objetos giratorios y volátiles. El planeta parece haber regresado a su órbita nuevamente, girando con su ritmo habitual. Por cierto, al rato juegan los Pumas contra el superlíder Jaguares, estrenan técnico y esperan estadio lleno. Pongan una veladora a San Hugo.
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___¿Dónde quedaron los Alka-seltzer?
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(*) Vale aclarar que las laminillas de Listerine no habían salido al mercado en esa época dorada de Pumas.
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2 comentarios:
Y el domingo...
cambio de horario, en la torre.
Saludos
¡Cómo me has hecho reír! Esta lectora tuya no puede tener piedad de ti, si para escribir tan divertido texto, debiste pasar las que pasaste.
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