domingo, septiembre 07, 2003

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UN DÍA SE PELEARON JORGE NEGRETE Y PEDRO INFANTE EN UNA PELÍCULA

Desde ayer a mediodía permanezco atado a Naná de É. Zola. Con una salvedad: anoche fui interrumpido por la obligación: tenía que ir a cantar con el Coro en el escenario que la autoridad ha hecho colocar entre el Palacio de Gobierno y la Catedral. Verde, blanco y rojo son los colores que predominan en toda la plaza; una enorme leyenda: "¡Viva México!", anuncia la inexcusable celebración de las fiestas patrias. Hay mucho público y el mariachi está presto. Unos amigos bailadores, enemigos de mezclar la danza folclórica con "las joterías", según dicen ellos mismos, bailan al compás de sones veracruzanos para rematar con el Jarabe Tapatío antes de que subamos al escenario; el público agradece aquel despliegue de colores de las parejas; sobresalen los faldones jaliscienses, los sombreros charros y las huellas del mestizaje en los rostros sudados de los danzantes.

Sombreros, corbatines y botas nosotros, rebozos y trenzas tricolores ellas, subimos en dos filas ordenadas para cantar una serie de canciones a capella, arreglos para cuatro voces; terminamos con una famosa: Amor Eterno, del enemigo número uno de la Secretaría de Hacienda: el maestro Juanga. Hay aplausos, se empieza a calentar el ambiente, pero lo bueno viene con el popurrí mexicano, con el mariachi a todo lo que da; repasamos, coro y solistas, lo mejor de Jorge Negrete, ya saben: México Lindo y Querido, Guadalajara, Ay, Cocula, la Borrachita, y esa que trae una estrofa que me encanta: "Aunque unos dicen por ái, que yo me la echo de lado, me cuadra más el pelado que el catrín de la ciudad". Me acuerdo del legendario pleito de Negrete y Pedro Infante y no dejo de alterarme por las evocaciones que despierta el culto al folclor. Estamos hechos para alegrarnos con el primer espantasuegras y la lluvia de confeti; a la primera matraca se nos alborota la hormona y cuando mencionan la palabra tequila se despiertan doncellas encantadas y los príncipes dejan su piel de sapo y se ponen a partir limones. Detrás de cada mexicano hay un macho romántico que grita en la cantina, se orina en la calle y llora en la cama. Qué le vamos a hacer.

Se va a reir mi amigo José Plazola, pero ahora La Borrachita me salió muy bien (eso dijo la porra que llevé bien organizadita, encabezada por mi marciano favorito -que no soltaba un elote con chile que se agenció- y la chica superpoderosa -que despachó sin asistencia una bolsa de churros recién hechos-). Al final el público se animó a entrar a la cantada con una de José Alfredo de esas que uno se aprende mucho antes de ir a la doctrina. Aplausos, público de pie -quizá ya estaba cansado de la silla o de plano ya se marchaba- y cierta complicidad alegre por el resultado a pesar de cantar al aire libre con un sistema de sonido que no se parece al que usan los Tucanes de Tijuana. Todo bien.

Es domingo. Pienso darle matarili a Naná. Por lo pronto ya le di mate a los extensos comentarios que hace Mariano Azuela de É. Zola, bien documentado pero sobre todo ameno. Es un garbanzo de a libra ese médico rústico que un día escribió "Los de Abajo" y que no pierde ocasión para ensartar el aguijón de la burla en los literatos academicistas. Azuela cita las reseñas y la amable crítica de Leopoldo Alas "Clarín" a la obra de Zola, pero de éste no encuentro su memoria periodística, será que no he buscado bien. Luego les cuento. Pásenla bien y no pisteen en domingo.

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