martes, septiembre 16, 2003

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MI INDEPENDENCIA DEL GRITO

Anoche estuvo de la jodida. A pesar del catarro veraniego que me cargo y de que trabajé como esclavo en unas minas olvidadas, fui convencido de acudir al tradicional "grito". Me despabilé como a eso de las 10 de la noche y agarré un tono de voz así como de Barry White y dije "vamos, chingue a su madre". Y ahí vamos, la socia, el marciano, las chicas superpoderosas y Yoplit.

La verdad no acostumbro a acudir a esta mexicana celebración desde una vez que fuí al Zócalo en el defectuoso. Íbamos en bola como unas cuatro parejas (sin hijos), había tanta gente que nos perdimos los unos de los otros y luego no encontrábamos forma de regresar porque nos quedamos sin raite. Aquella vez, cuando terminó el ritual del grito, los ¡vivas! y los cuetes se hizo un despelote típico, en la mera bola todo era jaloneo y arremangones y pues qué necesidad hay de eso.

Bien, no sé cómo me convencieron de ir anoche. Ahí te vamos, con botellitas de agua y el catarro tricolor que me cargaba (cargo). Con algunos esfuerzos logramos colarnos hasta un sitio donde podíamos ver al nuevo gobernador (el chapo Bours) gritar a todo pulmón en favor de los héroes que ustedes ya conocen. Quedamos estratégicamente situados a un costado del castillo pirotécnico. Todo estaba muy bien, excepto que había como unas 35 mil gentes a un lado nuestro. Mi marciano quería que lo cargara pues no veía nada más que puras nalgas. A estas alturas ya me sentía yo medio mareado pero de todas formas lo cargué, total ya andaba cargando el catarro. Afortunadamente el chapo es lacónico, gritó y luego luego le dió curso a los cuetes y ahí fue donde empezó el problema: nos empezaron a caer un sinfín de papelitos chamuscados (algunos encendidos aún), partículas de pólvora quemada y una densa nube de humo que ¡órale, vámonos! Pero ya era tarde, otros miles tuvieron la misma idea al mismo tiempo y la retirada parecía la de los franceses en Puebla. Mi marciano como que se asustó con toda aquella ola de sudor y prisa sin rumbo. Pa no echarle garbanzo al caldo, llegamos al batimóvil y ¡fierro!. Pero la cosa no era así tan facilita. Había un despedorre vial en el que los policías eran los primeros sorprendidos. EL nudo tardó como una hora en desenredarse. Mientras tanto, mi marciano favorito mostraba señales de mareo y revoltura de estómago. Su palidez desató una discusión breve: "Que se baje", "¡No!, es peligroso", "Ya vamos a llegar", "Aguanta m'ijo, ya nomás falta una hora para salir de aquí". La discusión terminó cuando ¡guácara!, el marciano hablaba en serio y como que las opiniones lo empezaban a fastidiar. Entonces en aquel embotellamiento nocturno, entre ruidos de matracas y cornetas tricolores, ahí vamos todos a bajarnos ("ahora sí, no"), a tratar de salvarnos de la inundación. Sí, porque aquella devolución involuntaria de mi marciano era una fuente interminable de líquidos y olores singulares. Acostumbro poner una sábana sobre el asiento trasero del auto y me han llamado hasta campesino por esa práctica, pero, la verdad, sirvió de mucho, aunque, claro, fue el último servicio de la sabanita. Limpiamos como pudimos, llegamos a casa como pudimos. Nos quitamos el olor a pólvora en la regadera y pusimos al marciano en cuarentena. Se deshidrató el pobre.

Hoy fue un día tranquilo, excepto porque la ley seca duró hasta la una. Creo que ya no volveré al "grito". Mi marciano coincide plenamente conmigo.

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