miércoles, mayo 19, 2004

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CEBOLLAZO

Desde ayer, el compa que comparte teclazos en esta página anda como si hubiera consumido peyote en mal estado. Sí, fue temprano cuando a la cantina le corrieron a avisar que los jueces (de Sinaloa, creo) decidieron otorgarle el premio del Concurso del Libro Sonorense 2004 en el género de Cuento. Al enterarse entró en un estado de catalepsia recurrente y, desacostumbrado a noticias infaustas y repentinas, el pobre comenzó a decir incoherencias. Fue necesario servirle otra y hablarle con vocesita de enfermera de hospital privado (en el IMSS, por ejemplo, son muy gritonas) para traerlo de aquel estado alterado. Ya recuperado, el colega dijo que aquello era motivo de íntimas reflexiones personales pues el resultado iba a recrudecer la torcida opinión de ser un "cuentero" que con frecuencia le endilga su socia. Pese a haber recuperado la conciencia, nuestro amigo por poco se va sin pagar la cuenta.

Estando así las cosas eludí mortificarlo con las preguntas obligadas: ¿dónde va a ser la pisteada, cuándo la carne asada? etcétera. Por la tarde, algunos de sus amigos más allegados le daban consejos sobre cómo comportarse en público, toda vez que los reporteros del periódico Cambio buscaban una entrevista con él. Le dijeron, por ejemplo, que no se peinara de raya en medio y tirara el chicle a la hora de las preguntas. Yo no dije nada, pero ahora pienso advertirle que mejor escriba lo que va a decir y no se vaya a soltar hablando hasta por los codos de todo y de nada, como es su costumbre. Verán, ayer ya comenzaba a alegar que los jueces que lo encontraron ganador deben haber andado crudos, y que cómo era posible que no hubiera mejores trabajos que los suyos... "Cállate pendejo, le tuvimos que decir, qué falta de respeto para los jueces". Como si no supiésemos que los jueces hacen un pequeño sorteo con bolitas de papel en un vaso para escoger al ganador. Y pues ahora le tocó la bolita al compa. En relación al premio económico, seguramente que sus acreedores, encabezados por Banamex y Banorte, deben ser los más felices toda vez que pondrá al corriente sus letras vencidas (las letras lo persiguen hasta en las deudas). Pese a todo no me voy a quedar con las ganas de pedirle que, acá de cuates y a manera de compensar la paciencia que le he tenido, me obsequie las botas de cuero graso que me guiñaron el ojo el otro día en la zapatería El botudo. Dios dirá.

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