sábado, junio 19, 2004

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"COMO TIJUANA NO HAY DOS"

La discusión sobre algunos aspectos sociológicos y culturales de Tijuana que iniciara hace días Julio sueco ha despertado interesantes polémicas. El tema ha puesto sobre la mesa, entre otros, un panorama sobre la complejidad del fenómeno migratorio que se presenta en las ciudades fronterizas. Sin desconsiderar la influencia de la cultura estadounidense, ese proceso migratorio es responsable, a mi juicio, del pluriculturalismo que encontramos densa y concentradamente en Tijuana. Intentar establecer un punto de vista único y definitivo sobre estos temas me parece tan absurdo como estéril y no es el propósito de este rollo que viene a continuación y que, sugiero, puede leerse mejor con unas palomitas.

Llama la atención que pese a las dificultades que enfrenta, la migración como válvula de escape de la economía mexicana y centroamericana continúa. El fenómeno migratorio confirma que la sociedad humana no es tan sedentaria como se presupone.

18 millones de mexicanos han emigrado a los Estados Unidos y Canadá; algunos millones más han emigrado a las ciudades fronterizas: Tijuana, Nogales, Ciudad Juárez, etcétera. Es decir, alrededor de un 25 % de la población nacional ha emigrado del centro y sur del país hacia Norteamérica. Sumemos ahora los millones de centroamericanos que obedecen a este mismo fenómeno.

Veamos a Norteamérica desde el punto de vista geográfico e incluyamos en esta acotación, además de los EU y Canadá, a los estados del norte del país.

Junto a este fenómeno migratorio se ha desarrollado desde los 1950s un proceso migratorio del campo a la ciudad que ha redundado en un crecimiento anárquico de megápolis como la Ciudad de México y Guadalajara, y, si bien en menor medida, de las capitales de los estados. Ciudades como Tijuana, Juárez o Nogales son parte de este proceso aunque comparten nichos migratorios diversos (población indígena temporalera, población flotante, turismo semiresidente, etcétera).

Daniel Salinas nos proporciona en su blog algunos ejemplos de la extracción geográfica de los grupos sociales que conforman una ciudad como Tijuana, cuyo explosivo crecimiento se ha acentuado en las últimas tres o cuatro décadas. Visto en perspectiva histórica, el fenómeno nos habla del carácter nómada que siempre ha prevalecido en la sociedad humana.

Los libros de texto plantean una visión anquilosada y romántica acerca de un presunto estadio superior de la especie humana conocido como sedentarismo. Dicho sedentarismo se asocia con la formación de las ciudades y más específicamente con el establecimiento de los estados nacionales. Sin embargo, un vistazo histórico a la fluctuación de las fronteras Europeas como límites territoriales móviles, especialmente después de la caída del Muro de Berlín, explica lo que queremos decir. La propia historia de España no se explica sino como una mezcla permanente de pueblos nómadas del Mediterráneo, África el norte de Europa. La "pureza" del ser hispánico, así como la pretendida "pureza" la lengua castellana, son resabios de una visión romántica de la historia que no alcanza a explicar la esencia del "ser español".

Asímismo, siempre que intentamos aprehender una definición del "ser nacional", nos topamos con la misma dificultad. En principio, la dificultad empieza porque, acostumbrados al reduccionismo y al nominalismo como estamos, buscamos una definición fija de un objeto fijo. Esto, definitivamente nos lleva al error. El "ser nacional" es algo que está siendo, algo que no termina de ser, es un proceso vivo en el que una suma de voluntades, necesidades, posibilidades y omisiones interactúan constantemente y sin descanso. Hoy ya no es lo que era el año pasado ni mañana será como ayer. De modo que si intentamos proponer una definición acabada en estos tópicos, estaremos condenados a errar.

La "esencia" de Tijuana no existe como tal. Definiciones secundarianas como "la coqueta Tijuana", "el México indígena" o "la madre patria", son conceptos que guardan un valor puramente romántico y explican muy poco de la realidad.

El "México indígena" como un ente antropológico "puro", apartado de la civilización Occidental prevaleciente, simplemente no existe. La sola llegada de un párroco, las fotos y documentales de un antropólogo, así como la mera "difusión" de la problemática indígena, contaminan ese idealizado mundo "primitivo" y gestan una intromisión cultural inevitable. No digamos los universitarios que introducen ideas occidentales como autonomía indígena y procuran organizar a esas comunidades mediante métodos drenados de manuales exóticos de praxis política (exóticos para los indígenas).

La ideología del chicano por lo común comparte esa visión romántica. La repetición (la parodia) en Chicago, Los Angeles o Nueva York, de aquellos elementos emblemáticos de su país: la virgen de Guadalupe, las tortillas de maíz, Pedro Infante, el nopal, Sara García, etcétera. Es la conservación a toda costa de la idea mítica de un país que ya no se ajusta a ese recuerdo. En una dicotomía terrible, el chicano se ve crucificado por un sentimiento de culpa (abandonar a su madre -patria-) y el rechazo a una integración que es ineludible y tajante.

Este tipo de fenómeno, con sus características específicas, es el que ocurre en la frontera. Al explicarlo pretendemos echar mano de conceptos monolíticos que nos proporcionen seguridad, de frases contundentes que afirmen nuestra identidad -esa que no sabemos a ciencia cierta cuál es- y lo que logramos generalmente es patinar en el resbaloso piso del relativismo.

Para explicar estos fenómenos cambiantes quizá necesitamos acuñar un lenguaje menos tradicional, un lenguaje nuevo que fumigue la polilla que condiciona por ahora nuestras hipótesis.

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