domingo, junio 27, 2004

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LA GÉNESIS DEL POSTCORRIDO


El narcocorrido es la versión globalizada del corrido, una modalidad que dejó el siglo XX, ese pobre bipolar. El corrido finisecular se encargó de ornamentar la imagen transgresora del antihéroe final: el narcotraficante, un personaje que reconoce la legalidad como una frontera a eludir, no mejor ni peor que las fronteras geográficas, simplemente una más. Puede ser oriundo de Sinaloa o Michoacán, radicar en Matamoros o Tijuana, es indistinto, para él ya no existe el localismo: viaja a Colombia o Panamá y puede vivir en Nueva York, San Diego o Austin. Ha dejado el alcohol porque no puede descuidarse, ahora necesita estimularse y permanecer alerta.

El corrido tradicional, el de José Alfredo, representa el pesimismo del absurdo: por una hembra, el sujeto puede llorar dos semanas o simplemente cortarse las venas. Tragedias de veinte centavos. Se bate con dos traidores y muere en la esquina o lo pierde todo en un palenque apostando al gallo invicto. Es el mito de un temerario ciego que un día fue a la capital y regresó porque extrañaba los frijolitos de su madrecita. Regreso al terruño, cerca del rancho habrá una cantina.

El narcocorrido extiende fronteras, rediseña arquetipos y lleva la tragedia a esferas inéditas. Nuevas mitologías se urden al amparo de un poder emergente. El narcotraficante es nómada, como el emigrado, su acta de nacimiento no existe, incluso su nombre es dudoso. Medra desde el oscuro tapanco de una impunidad acechante. Es guerra de guerrillas definiendo territorios y áreas de influencia. Terminators en versión nopalona, sin chips ni destino manifiesto. No teme al gobierno ni al ejército, con ellos la guerra es de porcentajes o de malos entendidos.

Su nomadismo sepulta el antihéroe de cantina agobiado por los humos del alcohol; vuelve al pueblo sólo para levantar una cosecha de exportación, allá en la sierra, donde solía vivir Valentín. El narcocorrido sepulta emblemas y tradiciones. Su personaje ha dejado el caballo prieto azabache y lo ha cambiado por una Navigator blindada y un par de bimotores de matrícula canjeable. No acepta devoluciones ni quejas en la Profeco, él arregla las cosas a su modo. Los derechos humanos son parejos, él también es humano y tiene su derecho.

El narcocorrido rompe esquemas de creencias y dicta sentencias de facto. Aunque apela al papel predestinado del corrido como develador de realidades, su motivación es transgresora pues emite absoluciones de antemano frente a una justicia derretida. Hurga en las lagunas que va dejando un poder que se autocanibaliza.

Los Tigres del Norte han demostrado ya que ninguna prohibición radial va a detener al narcocorrido. Al contrario. Se escudarán en la libertad de expresión, o qué, ¿los narcos no tienen libertad de expresión? Ellos ya conocen su mercado y su mercado no tiene fronteras. Ganan el Grammy porque son artistas del globalismo, su versión adecuada a los tiempos, con trajes fosforescentes de barbitas y sombreros atejanados, acordeón tricolor y botas doradas.

Por eso el narcocorrido es el postcorrido. Son las mismas formas, los mismos octosílabos de rima pareada, las mismas tonadillas agotadas pero en versión masterizada de exóticos CDs. Lo dicho: el globalismo transgrede fronteras, costumbres y géneros musicales, los adecúa.

1 comentario:

Roberto Iza Valdés dijo...
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