viernes, enero 28, 2005

TRANSDIARIO
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___Se sentó en una silla tubular junto a la puerta del baño que da al patio, un solar largo, bardeado, tupido de naranjas, uvas y granadas, de columpios y escondites. Llora en silencio. En su rostro hay huellas de sangre que siento como un puñetazo. Un rastrillo de rasurar baila en su diestra al compás incierto de un temblor enfermizo. No puede aceptar que la vejez llegó hace unos días a casa de la mano de la enfermedad. El ánimo es un pájaro herido sobre la rama de su voluntad disminuída. La estatura señorial y el talle robusto de otros tiempos parece ahora un viejo almacen abandonado. Me acerco a consolarlo. No dice nada, apenas si puede tragar saliva. Limpio el rostro mal afeitado con un pañuelo y concluyo la tarea. Él acepta porque el Parkinson es un duende burlesco y terrible.
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___Sobre los tejabanes de la casa de mi abuelo aprendí a hacer pasas desperdigando los cargados racimos de uva entre sábanas de plástico; el sol hace el resto del trabajo. Es cosa de esperar el paso de los días y ver la la curiosa transformación en que se marchita hasta la semilla.
Es el verano del 73, la muerte llegará por el abuelo el año próximo, pero en casa nadie está dispuesto a aceptarlo. Cuando llegue el momento, la vid también se habrá secado.

2 comentarios:

Mary Carmen San Vicente dijo...

Un muy buen relato Humphrey, esas pasitas secas al calor del sol siempre llevarán el sabor a recuerdo.

Un abrazo con cariño, pórtese bien.

port y yo dijo...

Estos transdiarios siempre me dejan un sabor agridulce en la boca, Humphrey; extraña mezcla de sabiduría y resignación. Sin duda lo que más disfruto de tu escritura: el golpe perdura mucho después de apagada la computadora.

Un abrazo,

Port.