lunes, enero 31, 2005

LECTORES Y NARRADORES

(Este rollo está largo y tiene partes infumables, si no traes tiempo salta hasta el último párrafo y deja tu comentario)

A algunos les parecerá presuntuoso decir que un texto literario (y de hecho cualquier texto) puede tener varias lecturas. A otros les valdrá madre decir eso y 25 cuartillas más, je. Yo, la verdad, no sé, pero un texto de Bruno Ruiz me dejó pensando.

El disfrute de un texto es algo subjetivo. Uno puede leer el Quijote por ejemplo y reírse de las aventuras, los personajes, las ocurrencias del autor, etcétera; hasta ahí, será algo disfrutable. Otro leerá el mismo texto comparando, adicionalmente, el español antiguo con el actual y disfrutará de ese ejercicio. Un tercero atenderá a profundizar en el análisis de los recursos retóricos o la trama que decidió utilizar el autor, lo que sin duda le será agradable. En fin, resulta complicado discernir quién de los tres “disfrutará más” la lectura.

Algunos maestros de español sostienen que una lectura superficial es una lectura “ingenua”. El término no deja de tener un carácter peyorativo, aunque es innegable que dicha lectura pueda proporcionar, como lo proporciona de hecho, un enorme gozo. Yo calificaría ese acercamiento como “lectura primaria”. Por lo demás, meterse en camisa de once varas para definir conceptos que le son propios al crítico o al lector calificado, puede resultar intolerable para muchos buenos lectores.

(“¿Entonces? Humphrey… como que ya estás desviándote”. –Sht, espérate–).

El texto literario narrativo, especialmente la novela, es uno de los fenómenos más complejos que ha posibilitado la escritura. Es una incursión al universo infinito de lo posible (lo que contendría también lo imposible) con todas sus implicaciones, sin importar si hablamos de textos canónicos o de textos experimentales o innovadores como el Ulises de Joyce, El amante de Marguerite Durás o Rayuela de Cortázar.

El texto narrativo es una especie de coordenada geométrica (o topológica) que incluye tiempo, espacio, personajes, narrador, historia y trama. Estos son, digamos, los ingredientes elementales (sustanciales) de un texto. Como tales, estos elementos son imprescindibles e inherentes en toda narración, independientemente del grado de conciencia que el autor tenga de ellos. Pertenecen a la narrativa del mismo modo en que el sonido subyace al habla. Un niño (a) de 6 años despliega un conocimiento competente del lenguaje que le permite comunicarse con eficiencia; utilizará inflexiones verbales correctas, guardará la concordancia en género y número en sus construcciones sintácticas y tendrá un manejo aceptable de la pragmática de la lengua; todo esto de manera gratuita, es decir, sin que tenga un conocimiento conceptual del asunto. Por ósmosis, el niño maneja una estructura del lenguaje independientemente de la conciencia que guarde de ese manejo.

La narración es una construcción. Puede ser sencilla, compleja, extensa, breve, trágica, cómica, etcétera. Para desarrollar “su historia”, la que va a contarnos, el autor arma una construcción, urde una trama. Su historia está contenida en el recipiente de la trama de forma indisoluble, obedece a un espacio determinado, una línea temporal específica, personajes seleccionados y una forma particular de narrar. Esta capirotada es lo que hará al texto atractivo o repulsivo para el lector.

Los lingüistas crearon una ruta para rastrear estructuras en el lenguaje. Luego sus teorías encontraron aplicación en otros campos. Uno de ellos es la literatura. Lo que se escribe (todo) obedece a una estructura, es decir, un ente con ciertas categorías, susceptible de ser abstraído y relacionado con su entorno y con otras estructuras. No es que le guste o no la estructura, es que la estructura es una cuestión subyacente.

Evidentemente, algunos escritores han echado mano de este conocimiento para experimentar con formas novedosas de construcción narrativa, sin embargo, sus alcances están siempre “limitados” por los elementos inherentes a la narrativa que ya señalamos antes. Por eso, el autor no puede crear una obra literaria partiendo de la mera estructura. Tiene que tener una historia, personajes, trama, etcétera. Para construir una residencia hay que tener una idea aproximada del producto terminado, de otra forma, la construcción será una insípida suma de agregados y muy probablemente un adefesio.

Contra lo que se supone, el lector ordinario generalmente no alcanza a reconocer aquello que hace de su lectura algo “atractivo” o “cautivante”, y apenas acierta a destacar un elemento. “Es que me mantuvo en suspenso desde el principio” puede ser un argumento válido, pero no hay que perder de vista que se trata de una apreciación parcial de su propia emoción. Si alguien dice: “me atrapó la historia” o “me encantó la fotografía” (en el caso de una película, donde también se aplica este principio), está diciendo en realidad “no sabría decirlo pero lo disfruté”. Lo repito, en cualquiera de los casos es algo legítimo.

El escritor contemporáneo tiene a su disposición nuevas herramientas para construir un texto literario. A muchos escritores novatos (blogueros o no) les sorprendería saber que estos recursos son algo muy sencillo de aprender, practicar y aún dominar. Acercarse a ese conocimiento les hará mejorar su escritura creativa, sin duda. Es posible que la gran mayoría de estos escritores jamás se conviertan en monstruos de la narrativa, pero una cosa es cierta: definitivamente serán lectores más refinados. El grado de disfrute de esa apreciación lo dirá cada quién.

1 comentario:

Manuel dijo...

Por algo dicen las malas lenguas que escribir es 95%... leer