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PERSPECTIVAS EDITORIALES
(post dedicado con harto cariño al comité directivo nacional de la fundación ¡vamos México!)
Quiero, sabes, que mi próximo libro se imprima con letras de oro en la portada, no con letras de color dorado sino de polvo de oro pegado de alguna forma y con una recubierta plástica transparente, de tal manera que el polvo se conserve y que el lector pueda obtener alguna utilidad si optara por desprender la portada con otros fines (por ejemplo, hacer cucuruchos finos para echar gota cuando se quede tirado o empeñarlo en un día de angustias).
Bien. Esta iniciativa novedosa quizá represente, por un lado, un atropello financiero y un llamado a la bancarrota para mis editores potenciales, y por otro, el inminente deterioro prematuro de cada ejemplar. Pienso que de llevarse a cabo este proyecto (imprimir el título y nombres del autor y la editorial con polvo de oro), se lograría un nivel de ventas inédito y las subsecuentes reediciones no se harían esperar, lo que, adicionalmente, podría muy bien reactivar la industria minera atrayendo al país una cachondísima inversión extranjera. La editorial se podría en los cuernos de la luna y aún en las simuladas colinas de Marte, y los premios literarios estarían a la orden del día. Los derechos de autor, fiúúú. El lector obtendría con su compra un valor agregado inmediato, una plusvalía instantánea que se tasaría, obviamente, muy por encima de su erogación inicial. Semejante decisión, de aceptarse, crearía ipso facto contradicciones brutales a las leyes del mercado prevalecientes (el sistema sudaría frío y crujiría) y modificaría también las concepciones corrientes en la industria libresca. Tomemos un ejemplo de los cambios paradigmáticos que representará la publicación del libro en cuestión: al hurto desmedido de libros que se practica en la mayoría de los países de habla hispana se sumaría la fiebre por hacerse de un libro con un valor fuertemente cotizable. Habrá medidas de seguridad insospechadas, puedo pronosticarlo y tiemblo al pensar en estas anomalías. No sé, imaginen por ejemplo este diálogo: “Oye, préstame el librito ese de las letras de oro”... –Ni madres, wey-.
¿Eh, alcanzas a ver el alcance de todo esto?: ¡The golden book!, traducido a cuanta lengua exista para beneficio inmediato (tipo raspadito) de toda la humanidad, incluyendo a San Francisco del Rincón (víboras prietas incluídas).
Si me detengo ahora en este detalle no es porque la ociosidad supure por entre las grietas de las teclas de mi ordenador, sino porque me mortifico al calcular que la publicación vaya a sufrir contratiempos en un momento dado a causa de la polémica que estas características desatarán necesariamente. Me adelanto a los posibles problemas que engendrará esta idea transformadora.
Como esta idea me ha cansado demasiado y mi cerebro se niega a continuar exsudando genialidades, dejaré para mañana abundar sobre las características de la contraportada. Lo primero es lo primero. Posteriormente, habiendo descansado lo suficiente, digamos unos tres o cuatro meses, comenzaré a pensar en los contenidos del libro de la portada de polvo de oro. Por lo pronto, eso lo tengo decidido ya, estas líneas formarán parte del primer relato de dicha obra.
("Humphrey, no encuentro relación entre el comité de Marthita Sahagún con este rollo sobre un libro." -Piénsale, piénsale-).
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