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MACARIO: MISTERIOS SIN RESOLVER
Hace unos meses conocí al hijo de Juan Rulfo. Es ingeniero o arquitecto, no me acuerdo bien. Lloró cuando habló de su padre (pishi tipo mariconoshi vedá zemamón, diría Tachidito). La actitud que tenía el hijo, sumada a la del presidente de la Fundación Rulfo, aún más extrema, colocaban al auditorio expectante en el acantilado de un paradigma. No me gustó el rollo mariantonietesco de "Después de Rulfo, el diluvio", pero conmovió a algunos. Por favor, dije yo entre mí (cuando hablo entre mí soy sincero).
Rafa Jiménez abandonó la escuela de Letras hace unos días, dijo que se iba a ir y lo demostró. Antes de irse, en una clase, explicó a la amable concurrencia: Rulfo está sobrevalorado, su pose de autor-narrador al borde ya no funciona. Adiós.
El adiós de Rafa Jiménez quedó grabado en algunas mentes inteligentes como un tatuaje, es decir, nadie le hace caso considerando que el tatuaje es una herencia bastarda de los 90s, una moda arcaica del Siglo de las Luces Apagadas.
Macario fue expulsado de casa porque en ciertas circunstancias un loquito puede ser inoportuno. Macario está sentado esperando que las ranas salgan de la alcantarilla. Nos distrae con su hipocresía de loco. No quiere que sepamos que hacen la madrina y Felipa en las noches inquietas, quiere hacernos creer que no sabe que está pasando. Rulfo quiere hacernos creer que sí sabe. Qué cosas. Yo por eso leo a Rulfo, porque Rafael dice que está sobrevalorado.
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